Asamblea Eclesial. Rodrigo Guerra: “Solo el amor es digno de fe”
Paola Calderón - México
Lo más importante de esta Asamblea es “aprender que estamos comenzando a aprender,” fue la expresión de Rodrigo Guerra, Secretario General de la Comisión Pontificia para América Latina, para referirse a las expectativas del proceso que debe surgir a partir de los trabajos de la Asamblea Eclesial que durante la presente semana ha hecho una reflexión profunda sobre las prácticas, desafíos y tareas emprendidas por la Iglesia continental en su esfuerzo por adherir con valentía a la propuesta de Francisco de caminar hacia la experiencia de la sinodalidad.
El catedrático explicó que experimentar la fragilidad y el límite, propios de la condición humana no es un signo de debilidad y no ha de relacionarse con una percepción negativa frente a todas las iniciativas que se vienen gestando en este orden.
Cuando soy más débil, soy más fuerte
Poniendo de manifiesto situaciones concretas que se viven en el contexto de grandes apuestas como la Asamblea Eclesial en donde un gran número de personas limitadas se esfuerzan porque todo salga bien, se hace necesario tener plena conciencia de la necesidad de todo individuo de recibir ayuda, pues solo así se logrará impulsar con determinación el trabajo en unidad, la sinodalidad.
Vale la pena enmendar las deficiencias, errores y ausencias, sin dejar de lado que estas ponen en evidencia todo lo que nos falta por madurar en el proceso de la sinodalidad y no está mal reconocer que en esta materia todo está por entenderse.
Para el especialista es muy importante que no exista entre los asambleístas el miedo a experimentar la incapacidad, la debilidad e incluso el saberse receloso o con la tendencia a caer en la tentación de la sospecha y la suspicacia, que coarta la posibilidad de aprender y enriquecerse unos de otros.
El llamado de Dios a la misión acontece a partir de la humildad y no debemos negarnos a la valiente actitud de pedir perdón, porque la Asamblea Eclesial es apenas un paso del gran proceso denominado sinodalidad. “Creo que es muy importante que en nuestra asamblea nos reconozcamos torpes, incapaces, débiles y faltos de inclusividad" afirmó al tiempo que advirtió sobre el riesgo de vivir en ambientes eclesiales que simulan unidad, pero carecen de confianza entre quienes los integran.
Al respecto, invitó a los asambleístas a acompañarse en el proceso, darse la oportunidad de pedir perdón, liberarse de las telarañas de la cabeza, las mezquindades que habitan el corazón y ayudarnos para que los procesos sigan su marcha con esperanza, convencidos de la necesidad de la reforma de la Iglesia propuesta por el Concilio Vaticano II y apartándonos de la tentación de la sospecha y la suspicacia que frenan las posibilidades de aprender y crecer en unidad. Acompañémonos, abracémonos, acojámonos; fue la recomendación.
Solo así "la gente empieza a sospechar que el Dios cristiano es verdadero, no cuando escucha un silogismo teológico perfectamente eslabonado en un solemne libro de dogmática de 2000 páginas, sino cuando vive la experiencia de que el amor aun entre los más diversos aun entre los más opuestos, que la experiencia del perdón y la reconciliación se da empíricamente y comienza la inquietud, la sospecha de que Jesús el Dios cristiano es verdadero”.
Aparecida es la clave
Finalmente, Rodrigo Guerra exhortó a revisar los numerales 11 y 12 del Documento final de Aparecida, en donde considera está la clave para entender la raíz de este proceso, este tiempo que acontece en el corazón y se transmite a la Iglesia latinoamericana y caribeña:
"La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes solo en confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables.
Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu".
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