Chica Arellano: Dar a los niños su identidad legal, para que gocen de sus derechos
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
En sus palabras conclusivas, el prelado vaticano agradeció a los presentes, por sus “profundas reflexiones, que sin lugar a dudas servirán para seguir denunciando y condenando el preocupante fenómeno de la explotación laboral infantil que, como recordó recientemente el Papa Francisco, se ha convertido «en un flagelo que hiere cruelmente la existencia digna y el desarrollo armónico de los más pequeños, limitando considerablemente sus oportunidades de futuro».
Tocando el tema de la reunión de hoy, Mons. Chica Arellano dijo que erradicar el trabajo infantil es construir un futuro mejor, porque liberando a los menores de la explotación laboral, dijo, permitimos que germinen provechosamente todas sus capacidades a su debido tiempo, sin acelerar forzosamente su maduración.
Cero explotación infantil: un mejor futuro para todos
Además, recalcó que si no se explotan a los menores, se puede asegurar un mejor porvenir no sólo para ellos, sino también para toda la sociedad, dado que los niños y jóvenes de hoy serán “nuestros gobernantes del mañana, los futuros administradores de nuestra casa común. Por lo tanto, respetar el tiempo de formación de los pequeños, su crecimiento adecuado y no obligarlos a trabajar tempranamente significa proteger su dignidad y promover la prosperidad de nuestra sociedad”, dijo.
En este contexto, Mons. Chica, considera importante subrayar que poner fin al trabajo infantil es defender los derechos fundamentales de los niños. La infancia, afirmó, es un tiempo precioso para ir a la escuela y recibir una educación justa y esmerada, que permita el desarrollo armónico y completo de su personalidad.
Deplorable signo de la globalización de la indiferencia
Tras recordar que la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas reconoce estos derechos y que señala el deber de cada uno de nosotros de salvaguardar y favorecer su respeto para que cada niño crezca en un ambiente de felicidad, amor y comprensión, en el seno familiar, el prelado recordó que la “explotación laboral infantil es la primera violación grave de los derechos fundamentales de la niñez porque impide el goce efectivo de los mismos, son lugares de trabajo donde los chicos están expuestos a graves peligros, “se lacera su dignidad y se menoscaba su salud cuando, por ejemplo, se les somete vilmente a fatigosos trabajos agrícolas, se les obliga a llevar a cabo arduas e interminables faenas en barcos de pesca o se les constriñe a llevar pesadas cargas que dañan su desarrollo físico y mental”, enfatizó.
El trabajo infantil transforma a los niños en mano de obra barata, señaló además, los niños son simples instrumentos para producir y comercializar a bajo costo determinados bienes y servicios. Es un signo, dijo, de la nefasta globalización de la indiferencia, en donde se vincula al ser humano al monto de la ganancia, a una falta de escrúpulos que solamente persigue un lucro inmediato. Es urgente aseveró más adelante, erradicar esta “lamentable y funesta práctica, esta escandalosa forma de esclavitud”, trazando de forma mancomunada “clarividentes estrategias, un marco legislativo tanto en el plano nacional como internacional que nos preserve de ella y una batería de acciones concretas, efectivas y de largo alcance que ampare los derechos fundamentales de la infancia”.
Implementar instrumentos jurídicos para proteger la infancia
Que los niños se les otorgue su identidad legal, que les permita de gozar efectivamente de sus derechos, dijo, que se les garantice una educación gratuita y de calidad hasta la edad “justa” que les permita acceder dignamente al mundo laboral. Es necesario, además, asegurar un empleo decente a los jóvenes que lleve anejo un salario adecuado y no diversificado según el sexo, especialmente a quienes trabajan en los sectores de la economía informal.
En definitiva, Mons. remarcó que en primer lugar hay que implementar los instrumentos jurídicos y las oportunas leyes para la protección de la niñez y sus derechos fundamentales, en segundo lugar, considerando el trabajo infantil una cuestión de justicia social, que consiste en la protección y valoración del trabajo de los padres con salarios justos, para evitar que sus hijos busquen ayudar económicamente en casa, es imperioso dijo el prelado, defender el empleo, preservar sus fuentes, crear otras nuevas en proporción al crecimiento de la viabilidad económica y asegurar la dignidad del trabajo mismo. Así los adultos tendrán su propio sustento para la subsistencia de su familia. Y los chicos podrán custodiar y cultivar sus sueños, forjarse un futuro, jugando, yendo a la escuela, entrenando y desarrollando “sus potencialidades en ámbitos de concordia y serenidad”.
Haciendo un ejemplo particular, el del mundo agrícola, Mons. Chica Arellano señaló que el trabajo no “garantiza niveles de vida dignos ni la debida protección social nos encontramos con padres y madres de familia que se ven obligados a enviar a sus hijos a trabajar a los campos”. De esta manera, afirmó, el trabajo infantil no es una forma de escapar de la pobreza, sino que más bien prolonga la pobreza “haciéndola intergeneracional. Es decir, cuando se instaura la explotación infantil esta se prolonga en forma de explotación juvenil”, lo cual, dijo, da lugar a jóvenes que, utilizados como carne de cañón o fuerza de choque, se transforman «en seres individualistas, enemigos y desconfiados de todos, que así se vuelven presa fácil de ofertas deshumanizantes y de los planes destructivos que elaboran grupos políticos o poderes económicos».
Acabar con el trabajo infantil es un imperativo ético
Por último, el Observador Permanente hizo un llamamiento, es un imperativo ético, aseveró, acabar con el trabajo infantil. La comunidad internacional se debe esforzar para que los niños sigan sus estudios, su educación, tomando “en sus manos bolígrafos, leer libros, pintar dibujos, desplegar su fantasía. Esto es lo que todo padre desea para sus hijos y nietos. Y no otra ha de ser la aspiración de una sociedad que ambiciona llamarse humana y tener la dignidad de la persona como auténtico emblema”.
Sentirnos sensibles al sufrimiento de los menores explotados laboralmente, que provoque en cada uno de nosotros el empuje para actuar para que nadie en el mundo se sienta abrumado por una desesperación de tal envergadura que obligue a sus hijos pequeños a trabajar. Es este llamamiento del Prelado, porque aseveró:
"Cuando los niños son explotados, esclavizados, privados de sus sueños y de su futuro, no es una familia la que se encuentra atenazada. Es toda la sociedad la que ha sido derrotada. Todos somos perdedores si no comprendemos que es imprescindible tutelar la infancia y librarla del yugo de la explotación laboral. Una explotación que nos remonta a períodos vetustos y oscuros de la historia, cuando la esclavitud era moneda de curso legal. Hoy, por el contrario, si queremos proclamar que hemos progresado, no solo hemos de mirar a los avances científicos o al desarrollo técnico. Hemos de pensar ante todo en nuestra talla ética, la cual va unida a la defensa de los derechos fundamentales de la infancia y a la serenidad y felicidad de los menores".
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