Parolin: "Dios no olvida las injusticias que han sufrido"
Salvatore Cernuzio, enviado especial a Sudán del Sur
Tres personas juegan dentro de la carcasa de un Boeing que se estrelló en una de las inmensas extensiones de tierra roja. Los demás están descalzos o directamente desnudos, bañándose en el Nilo o enjuagando sus piernas delgadas en uno de los charcos que, según la cantidad de botellas de plástico que hay en su interior, son verdes o naranjas. Llevan vestidos de tul rosa o camisetas del Inter y del Milán dos talles más grandes, pastan vacas y cabras sobre montículos de tierra creados para contener las inundaciones.
Son los niños, muchísimos niños, los protagonistas de la visita del cardenal Pietro Parolin, en su segundo día en Juba, en Bentiu, zona del norte del país donde se encuentra el campo de desplazados del mismo nombre. El mundo oyó hablar de ella el año pasado por los casos de hepatitis y cólera, y generalmente se habla también por sus pésimas condiciones de agua e higiene. En esta extensión de tiendas de campaña blancas y chozas de hojalata, de palos con cortinas utilizados como vivienda, el Secretario de Estado celebró la misa durante la que recordó que Dios escucha el clamor de los que sufren injusticias, abusos y persecuciones.
Llegada en un avión de la ONU
Esta mañana al amanecer, partió en un avión de la ONU de quince plazas, y tras sobrevolar ríos y bosques durante algo menos de dos horas, el cardenal Parolin llegó a esta zona desértica, donde el único hilo de viento que da tregua al calor de casi 41 grados levanta el polvo escarlata, haciendo que se pegue a la ropa y a los smartphones. Al recibir al purpurado, grupos de mujeres le rindieron homenaje con una túnica blanca y coronas de flores. Detrás de ellas, más niños.
Un grupo de adolescentes con grandes sombreros y grandes faldas se sitúan frente al cardenal: "Bienvenida mi Eminencia", dijo la mayor, y tras una reverencia comenzó a mover los hombros y la pelvis en una danza tribal, seguida por sus compañeras. Juntos subieron al maletero abierto de un jeep. Eran apenas unos diez. Pocos comparado con los demás vehículos que llevan entre 25 y 30 personas. Escoltan el coche del cardenal hasta el centro de Bentiu, donde tuvo lugar la reunión con los miembros de la gobernación local. Una reunión informal para intercambiar saludos y reiterar el deseo de paz y desarrollo.
El ingreso en la ciudad
La carretera es un zigzag continuo entre enormes charcos, asnos echados en el suelo y carros de soldados con Kalashnikovs, "el arma más común en estos lugares". Después de unos veinte minutos, el cardenal hizo su entrada en las puertas de la ciudad. Cientos de personas fueron a las calles, saliendo de sus tukuls, las típicas viviendas de madera tejida y con paja, cubiertas de barro seco.
Niños, niños y más niños se unieron a las dos filas creando un pasillo para el cardenal; los hombres tocaban tambores de cuero, las mujeres extendían mantas en el suelo, sobre el cieno. Probablemente a muchos ni siquiera les habían contado el significado del acontecimiento que tuvo lugar entre sus chozas, pero todos se unieron a la celebración, a los aplausos, a los coros de Aleluya cantados de rodillas y con los ojos cerrados, bajo el sol que les quemaba la frente.
El cardenal intentó dar la mano a la primera fila, pero con sólo extender el brazo corría el riesgo de que se iniciara una estampida. Para los niños, recibir una atención tan simple como tocarle las manos parecía ser una fuente de inmensa alegría. Persiguiendo a quien a su paso le gritaban "¡Hermano, hermano!", con el pulgar hacia arriba o agitando el puño. Se morían por entrar en las tomas de las cámaras y los teléfonos móviles. También las mujeres que fueron las primeras en formar el cordón detrás del Secretario de Estado, con sonrisas y gotas de sudor que resbalaban sobre las escarificaciones, las cicatrices tribales dispuestas como hileras de puntos. Para la cultura local son un símbolo de belleza.
La bendición en la parroquia
En medio de esta multitud, Parolin entró en la parroquia de Santa Martina de Porres. No es una iglesia, sino una enorme cabaña semioscura, iluminada por dos hileras de pequeños ministrantes que sostenían velas verdes. Cantaban para el cardenal, al que tres ancianas que lograron pasar la seguridad le llevaron zapatillas de lona en señal de hospitalidad. Parolin casi se emocionó cuando tomó el micrófono:
Traducido al idioma local, el nuer por un sacerdote, el cardenal pidió entonces que se rece por el Papa y añadió:
La reunión con los representantes del UNMISS
La siguiente etapa fue en los contenedores del cuartel general de la UNMISS, la misión de Naciones Unidas en Sudán del Sur, donde el cardenal se reunió con el jefe de la misión para esta nación, Paul Ebweko, y le aseguró que "la Santa Sede aprecia lo que se está haciendo por la población del campo". Ya en el coche, el cardenal volvió a la zona norte para entrar en el campo y celebrar la misa.
Es difícil encontrar palabras adecuadas para describir la bienvenida que se le dio al Secretario de Estado, que fue llevado inmediatamente al jeep. De pie, resguardado con un paraguas amarillo para protegerse del sol, comenzó a saludar, aunque sin detenerse, en toda la decena de kilómetros que conducían a la puerta de alambre de espino que marca la entrada al campamento. Saludó a los más de 140.000 residentes del centro, que cantaban, agitaban banderas, mostraban fotos de Santa Josefina Bakhita y perseguían en el coche. Algunos intentaban acercarse pero eran repelidos por los voluntarios con bastones de madera. Muchos iban descalzos, con las piernas y las manos llenas de polvo y moscas por todo el cuerpo. En algunos lugares el olor era nauseabundo por los excrementos de los animales y el agua estancada. Sin embargo, uno no puede evitar alegrarse de que se muestren así a los invitados, felices.
Misa en el campo de los desplazados
La misa se celebró en la plaza del campamento, donde había una cabaña adornada con tiendas de campaña y festones. Había niñas con grandes sombreros, junto con las otras vestidas de blanco que ejecutaban una danza cadenciosa al son de la pianola, alineadas como en una procesión. Parolin en su homilía, toda en inglés, dijo entre otras cosas:
A continuación, habló de la esperanza, la esperanza del Evangelio, que "no es una esperanza incorpórea, separada del sufrimiento, que ignora la tragedia humana" o "que no tiene en cuenta la dificilísima realidad de la gente de Bentiu". Por el contrario:
De hecho, un canto de alegría estalló al final de la misa, con el cardenal recorriendo un trecho tratando de estrechar el mayor número posible de manos para hacer vivo y plástico ese afecto del Papa que es el objetivo subyacente de todo el viaje a África.
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