Jornada Mundial de Oración por la Creación: La contaminación atmosférica

L'Osservatore Romano

El humo se eleva hacia el cielo desde la planta siderúrgica de Kakogawa, no lejos de Osaka (Japón), mientras que en el suelo el polvo coloreado parece las especias de la cocina de un chef. Las dimensiones son impresionantes: la planta -la quinta mayor en términos de producción en Japón- ocupa una superficie de 510 hectáreas y emplea a 2.500 trabajadores con una capacidad de producción de 6 millones de toneladas de hierro fundido al año. Japón es el tercer país productor de acero del mundo, pero sigue estando muy por detrás de China, que encabeza la lista y produce por sí sola 1.000 millones de toneladas al año, es decir, algo más de la mitad de la producción mundial. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la industria siderúrgica ha crecido exponencialmente, pasando de 189 millones de toneladas producidas en 1050 a 1951 millones de toneladas en la actualidad (datos del informe World Steel in Figures 2022).

Un crecimiento que tiene graves consecuencias medioambientales. De hecho, la producción de acero es la actividad que más energía consume a nivel industrial y produce elevadas cantidades de dióxido de carbono, con efectos tanto medioambientales como sanitarios: por un lado, alimenta el efecto invernadero y el consiguiente calentamiento global, y por otro, contribuye a agravar la contaminación atmosférica con consecuencias directas sobre la salud de las personas. El año pasado, la Organización Mundial de la Salud actualizó sus directrices sobre la calidad del aire, certificando un marcado empeoramiento de la contaminación atmosférica, especialmente en los países de ingresos medios y bajos. Además, según la OMS, alrededor de 7 millones de muertes prematuras al año en todo el mundo están relacionadas con los efectos de la contaminación atmosférica.

Texto de Michele Luppi, imágenes de Federico Monica - Placemarks

Imágenes de copyright: Google Earth / Maxar Technologies

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