Gallagher: Una fuerte y valiente profecía de paz del Papa Francisco
Roberto Paglialonga
En la presentación del volumen de Limes 5/2023 titulado "Lecciones ucranianas", el arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales de la Santa Sede, quiso aclarar "la posición adoptada por el Santo Padre respecto a la guerra en Ucrania y la interpretación que se le ha dado a sus palabras y gestos".
De hecho, dijo, "es indiscutible, y también es honesto reconocerlo, que 'la reacción de los ucranianos a las declaraciones del Papa Francisco refleja una profunda decepción'" (p. 86 del libro). Esto, de hecho, ha sido expresado tanto por las autoridades gubernamentales ucranianas como por diversos representantes religiosos de Iglesias locales y comunidades eclesiales, en algunos casos incluso recientemente.Las palabras y los gestos públicos del Papa son hechos y su interpretación puede hacerse con libertad y discreción". Sin embargo, subraya el prelado, "interpretarlos como 'actos de pacifismo vacío' y expresiones del 'género teatral del 'deseo piadoso'' (p. 87), no hace justicia a la visión y a las intenciones del Santo Padre, que no quiere resignarse a la guerra e insiste en creer en la paz, invitando a todos a ser sus tejedores y artesanos creativos y valientes".
Explicó que, "lo que mueve al Santo Padre no es otra cosa que la voluntad de hacer posible el diálogo y la paz, inspirándose en el principio de que "la Iglesia no debe utilizar el lenguaje de la política, sino el lenguaje de Jesús". Por tanto, es injusto definir los "intentos tan inútiles como dañinos" del Vaticano o calificar de "blasfemo" "el antiamericanismo vaticano, similar al de cierta izquierda italiana" (p. 87)". Ciertamente, "no está en las intenciones de la Santa Sede 'cerrar los ojos ante los crímenes de guerra sistemáticos del ejército y de las autoridades rusas y poner al mismo nivel a un país agresor que a uno agredido' (p. 87), ya que el propio Papa ha afirmado claramente que ha distinguido entre agresor y agredido, con la certeza indiscutible de que el mundo entero sabe quiénes son unos y otros. Por otra parte, precisamente en los hechos y con 'todas las iniciativas y gestos humanitarios realizados en favor de la población ucraniana' (p. 87), el Papa ha demostrado claramente a nivel concreto quién es el agresor y quién la víctima".
Por lo tanto, continuó diciendo, debemos "reconocer que los gestos y las palabras del Santo Padre no son la expresión de una mera 'retórica de paz', sino de una fuerte y valiente 'profecía de paz', que desafía la realidad de la guerra y su presunta inevitabilidad. Esta profecía, sin embargo, en lugar de ser acogida y apoyada, para que pueda ser más fácilmente puesta en práctica, es rechazada y condenada, con un espíritu que demuestra no ser menos tendencioso que el que se pretende atribuir a la Santa Sede".
Además, monseñor Gallagher señaló su sorpresa por cómo se aborda la cuestión de la presencia diplomática sobre el terreno: "mientras se expresa con razón un gran aprecio y gratitud a las embajadas que ante la marcha rusa hacia Kiev no abandonaron el país, sino que se trasladaron a Lviv, no se hace la menor mención al hecho de que, ante la misma amenaza, el nuncio apostólico permaneció en la capital ucraniana, sostenido por el aprecio y la gratitud públicos del papa Francisco". Esta elección del representante papal demuestra claramente que el deseo de la Santa Sede no es "desempeñar un papel" (p. 253 del volumen) en la trágica guerra rusa en Ucrania, sino mostrar una cercanía cristiana concreta a un pueblo atormentado y luchar por la paz". En este sentido, también es "digna de mención" la implicación de la Iglesia católica local, tanto de rito latino como oriental, así como de diversas organizaciones caritativas católicas, especialmente en el ámbito humanitario, sin olvidar las numerosas misiones llevadas a cabo en Ucrania por el cardenal Konrad Krajewski, limosnero de Su Santidad. Todo esto puede considerarse, sin duda, como una especie de 'abrazo de caridad' con el que el Santo Padre ha abrazado al pueblo ucraniano, no dejándolo solo en el sufrimiento y la tragedia que está viviendo". Se trata, por tanto, de poner en primer plano "el deber que todos tenemos hacia la verdad, que es la primera víctima de toda guerra y, sobre todo, hacia la responsabilidad común de promover todo lo que pueda contribuir a dar un giro positivo a la tragedia actual". Porque la guerra de Ucrania -que es una "gran guerra" que "trastorna a Europa (e implica cada vez más al mundo entero)", así como una "nueva guerra" es ante todo "una tragedia que hay que superar, y el mismo esfuerzo de comprensión no debe ser un esfuerzo meramente especulativo, sino que debe facilitar la ardua búsqueda de salidas".
Hoy en día, ha explicado Gallagher, hay "algunas actitudes que deberían cambiar para fomentar la paz". En primer lugar, "contrariamente a la tendencia actual en todo el mundo", un cambio "concierne a la "lógica de la guerra", que desgraciadamente sigue dominando, ya sea en relación con el resultado del conflicto o bajo la justificación de una defensa necesaria". En resumen, no puede prevalecer "la idea de que no hay nada que hacer, de que no hay lugar para la palabra, para el diálogo creativo y la diplomacia, de que debemos resignarnos y aceptar la continuación de combates encarnizados que siembran muerte y destrucción". Son necesarios "pequeños cambios que permitan superar ciertos patrones y abrir la mente y el corazón al otro", por lo que "la tendencia a justificar la desconfianza en el otro debe ser superada por un compromiso aún mayor en la construcción de la confianza mutua". En este sentido, puede ser de verdadera ayuda reforzar las iniciativas humanitarias existentes, como la del intercambio de prisioneros de guerra o la exportación de cereales, y la de la repatriación de niños, que el cardenal Matteo Zuppi intenta poner en marcha tras su doble misión en Kiev y Moscú". Esta guerra, concluyó el arzobispo, "debe detenerse lo antes posible".
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