La liturgia como lugar de realización de la santidad
Roberta Barbi - Ciudad del Vaticano
La liturgia debe tener siempre como objetivo la santificación del pueblo de Dios, pero para ello es necesario también que haya una comunidad madura, capaz de acciones realizadas, que haya recuperado la dimensión de la plena participación en la liturgia como complejo de signos visibles y eficaces, y que encarne, por tanto, aquella definición de la asamblea como "máxima manifestación de la Iglesia". Este es el núcleo del discurso pronunciado hoy, 15 de noviembre, por el arzobispo metropolitano de Catanzaro-Squillace, monseñor Claudio Maniago, en la conferencia sobre la "Dimensión comunitaria de la santidad", en la que enmarcó el tema en una perspectiva histórica.
De la patrística a la Edad Media
"En la época patrística liturgia y asamblea coinciden y es imposible pensar en la una sin la otra", comenzó el prelado en su intervención, precisando que esta visión de estrecha unión entre ambos elementos pervive hasta la Alta Edad Media. En esta fase es la acción de Dios la que tiene la primacía: la comunidad se implica a través del toque de Cristo. En la predicación litúrgica tiene lugar la formación cristiana porque en la fórmula se pone de manifiesto el Misterio trascendente de Dios que se hace "evidente y venidero" en Cristo, es decir, en la Encarnación. En la celebración al recordar al Hijo, "transparencia de su santidad", se es así moldeado por él. En la Edad Media, las oraciones se recitaban en voz alta y, con un solemne "Amén" final, la comunidad afirmaba que había hecho "suya" la oración que acababa de pronunciar el celebrante. La transición, por tanto, a una oración recitada en un susurro debió de ser muy problemática: "Se rompió el vínculo entre el presbítero y el pueblo", dice monseñor Maniago, "y se pasó a una eclesiología de poderes en la que los verdaderos celebrantes pasaron a ser sólo los que poseían una potestas". Esto empezó a suceder a partir del siglo IX y sobre todo a partir del XII: se utilizaban lenguas desconocidas para rezar y la realización del sacrificio "se confiaba exclusivamente al presbítero, la asamblea ya no participaba". Esto también tuvo consecuencias en la arquitectura y la distribución espacial: en adelante, los fieles se situaban delante y ya no alrededor del altar.
El valor individual del sacramento para alcanzar la salvación
Las cosas cambian de nuevo en la época del Concilio de Trento: "Se radicaliza la distinción entre liturgia y religiosidad-devoción popular", señala Maniago, se desarrollan los altares dedicados a los santos como venganza del pueblo "frente a un rito excesivamente frío y canonizado"; los sacramentos comienzan a utilizarse subjetivamente como "instrumento de salvación para el individuo a causa de un profundo conocimiento del pecado". Ya en el Rituale romanum de 1614, por ejemplo, la atención se centra en el que administra el sacramento, en las palabras que debe pronunciar precisas y distintas, mientras que la comunidad queda relegada al papel de espectadora. La santidad, en una época influenciada por la modernidad en la que la espiritualidad está en declive, se convierte en sinónimo de perfección personal delegada a la interioridad del individuo, y la predicación tiene el único papel de proporcionar ejemplos útiles para este fin. Los santos están ahí arriba, en lo alto, difíciles de alcanzar si no es por unos pocos, subraya el arzobispo de Catanzaro-Squillace.
La reforma del Concilio Vaticano II
Ya en el título "Vocación universal a la santidad en la Iglesia" del capítulo V de Lumen Gentium, Constitución del Concilio Vaticano II, queda claro que la perspectiva ha cambiado. El Concilio afirma, en efecto, que "todos los fieles de cualquier estado y condición son llamados por el Señor" a una santidad cuya perfección "es la del Padre celestial". Del mismo modo, todos los fieles están llamados a la plenitud de la vida cristiana y, entre los instrumentos útiles para alcanzar la santidad, la caridad ocupa siempre el primer lugar. "En este marco teológico, la asamblea asume, por tanto, un papel importante para comprender la dimensión comunitaria de la obra de santificación que el Señor sigue realizando en su pueblo", el pueblo santo de Dios, según el prelado. El énfasis, por tanto, está en la participación, pero de un nuevo tipo: una acción litúrgica cuyo centro sigue siendo la Eucaristía, y que determina una "responsabilidad colectiva".
Todos celebran y uno solo preside, por tanto, "los ritos y las oraciones son el lenguaje de todo el pueblo de Dios" y en cierto sentido volvemos a una comprensión y ejecución de la liturgia por parte de la asamblea propia de la Iglesia primitiva porque el arte de celebrar "es una actitud que todos los bautizados están llamados a vivir". En la liturgia se experimenta la obra de Dios, se vive el contacto con el Señor que envía el don de la santidad. Celebrar la liturgia con este espíritu nos sitúa en el surco de la exhortación apostólica Gaudete et exsultate del Papa Francisco, según la cual "la santidad es una llamada universal y ordinaria, que debe vivirse en la comunidad del pueblo de Dios, como una tensión continua para acoger y dejarse transformar por el amor misericordioso de Cristo".
Por una teología de la santidad hoy
Abordando el tema de la santidad hoy desde una perspectiva teológica se encuentra el discurso del Padre Jordi-A. Piqué Collado, decano del Instituto Litúrgico del Pontificio Ateneo Sant'Anselmo, quien indica cómo los modelos de santidad "son llamados por la liturgia como puente entre el presente y lo eterno", manifestando en la práctica la trascendencia inmanente de Dios. Es esencial distinguir, ante todo, entre santidad y sacralidad: sólo Dios es santo, y siempre acecha el riesgo de confundir esta dimensión con la de lo sagrado que pertenece a las personas consagradas o incluso a los objetos, mientras que "sólo la presencia de Dios comporta santidad", de lo contrario se cae en la idolatría.
Las bienaventuranzas del Evangelio y la santidad
La santidad de Dios se manifiesta en todo el Nuevo Testamento a través de la presencia santificadora de Cristo: "Por eso los discípulos están llamados a hacer lo que Él hizo, como predicar el Evangelio, realizar actos de curación, llamada, sanación y perdón. Los santos son, por tanto, aquellos que se comportan como Él, es decir, que están llamados a cumplir las Bienaventuranzas. Según la interpretación de san León Magno, dice el padre Piqué Collado, santos son los que serán reconocidos como "agentes de consuelo frente a los males del mundo", pero modelos de santidad serán también "los pobres y humildes", los que aman y desean la justicia, porque "amar y desear la justicia no es otra cosa que amar a Dios". También "los pacificadores, los destructores de la guerra" serán llamados santos y, por tanto, hijos de Dios, y su santidad será reconocida por todos. Pero para todos estos santos que habitan entre nosotros, "la meta es el cielo" y la liturgia es constantemente "el vínculo entre la tierra y el cielo".
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