Gallagher: La diplomacia en la Iglesia es un instrumento de esperanza
Roberta Barbi - Ciudad del Vaticano
Es la dirección trazada por el Papa Francisco en su viaje apostólico de 2014 que se encuentra en el centro del discurso del arzobispo Paul Richard Gallagher en el Simposio de Estudio organizado durante su visita a Corea del Sur con motivo del 60 aniversario del inicio de las relaciones diplomáticas entre el país y la Santa Sede. El prelado, al agradecer la invitación al obispo de Suwon y presidente de la Conferencia Episcopal de Corea del Sur, monseñor Mathias Ri Iong-hoon, comenzó subrayando cómo, en la cultura coreana, el número 60 tiene un significado especial, ya que evoca "el paso a un nuevo ciclo de la vida y a una fase de mayor plenitud". Incluso en la Biblia, de hecho, este número indica la preparación para una plenitud y expresa "la idea de apoyo mutuo e interconexión".
La memoria como reconocimiento de los dones surgidos de la relación mutua
Monseñor Gallagher recordó cómo este 60 aniversario coincidió con la conclusión de un proyecto de investigación y conservación archivística apoyado por el gobierno y los obispos coreanos sobre los fondos conservados en el Archivo Apostólico Vaticano, la Biblioteca Apostólica y la Representación Pontificia en Seúl. Al repasar los últimos sesenta años de historia en los que se han producido tres viajes apostólicos a Corea del Sur -los de Juan Pablo II en 1984 y 1989 y el del Papa Francisco en 2014- y otras tantas visitas de jefes de Estado coreanos al Vaticano -de Kim Dae-jung en 2000 y de Moon Jae-in en 2018 y 2021- como testimonio de la solidez de las relaciones, señaló cómo en este largo periodo de tiempo el Evangelio se ha arraigado con gran vitalidad en Corea, que se ha convertido así, "de tierra de misión, en lugar de partida de numerosos misioneros". Pero la gratitud del país no se detiene ahí, sino que se dirige "a la Iglesia local por la fe de la que da testimonio", por su compromiso misionero y su participación en la Iglesia universal. También se ha redescubierto en los archivos el nombramiento de Monseñor Patrick James Byrne como Visitador Apostólico en 1947, y la asistencia a la delegación coreana ante las Naciones Unidas en 1948 por parte del entonces Arzobispo Roncalli (el futuro Papa Juan XXIII), quien dio el impulso para el reconocimiento de la República de Corea por parte de la ONU.
Los documentos como signo de la presencia de Dios en la historia
Volviendo a los testimonios en archivos, el Secretario para las Relaciones con los Estados trajo a colación la etimología griega del término, procedente de la palabra arché, que significa "principio", "origen", un pasado y un fundamento en el que estamos arraigados: "En la perspectiva cristiana, sin embargo, los documentos de archivo no se limitan a ser una documentación del pasado -dijo-, sino que en ellos se asienta la propia fe, ya que en el desarrollo de los acontecimientos históricos el ojo del creyente vislumbra la revelación progresiva del plan salvífico de Dios. Los documentos se convierten, por tanto, en un instrumento que permite a la Iglesia "contar la vida de la comunidad y reconocer en ella el signo de la presencia de Dios". Temas aparentemente abstractos, como la visión de principio y la evolución histórica, advirtió el prelado, plantean sin embargo problemas extremadamente concretos, de los que dependen la convivencia pacífica entre los propios Estados, su desarrollo y su futuro: "Es precisamente la capacidad de la diplomacia de la Santa Sede de asumir una perspectiva y una finalidad 'elevadas', ancladas en las verdades del Evangelio -prosiguió-, lo que constituye una de sus mayores originalidades".
Iglesia y diplomacia, signo de esperanza
Monseñor Gallagher subrayó a continuación cómo conservar el pasado y evocarlo es una actividad estéril si no lleva a extraer de él los recursos para afrontar "las esperanzas y los desafíos del futuro". Ante lo que el Santo Padre llama "la tercera guerra mundial a pedazos", ante fenómenos como la carrera armamentística, la amenaza nuclear o el terrorismo, que hacen oscilar a la humanidad entre el miedo y la esperanza, "la Iglesia y las estructuras de la diplomacia están unidas por la misma tarea: ser signo de esperanza". Esta esperanza, por tanto, debe ser el "criterio inspirador" de una acción común que vuelva a afirmar la idea de que la guerra no es ineluctable, sino que puede superarse mediante el diálogo. En esta perspectiva, la diplomacia pontificia se convierte en "un instrumento al servicio de la convivencia humana y una voz que reafirma en toda ocasión posible la aspiración común a la estabilidad, a la seguridad y a la paz", pero una paz que no sea un mero equilibrio de fuerzas, sino una paz verdadera, fundada en la justicia. Al recordar a la Iglesia y a las estructuras de la diplomacia, incluidas las de los Estados, el papel que les corresponde, es decir, ser portadoras de esperanza para el mundo, monseñor Gallagher concluye expresando la esperanza de una colaboración cada vez mayor entre la Santa Sede y Corea del Sur "para afrontar los grandes desafíos que se ciernen sobre el presente y el futuro del mundo, en particular en la región de Asia Oriental".
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