Bendiciones, conversión pastoral y el riesgo de querer codificarlo todo
ANDREA TORNIELLI
Dentro de tres meses, el Papa Francisco entrará en el duodécimo año de su pontificado. Un pontificado marcado desde el principio por la llamada a una "conversión pastoral", como se lee en Evangelii gaudium, la exhortación apostólica que traza el rumbo del magisterio del actual obispo de Roma.
Con lucidez, Francisco señala que no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época. Como ya ha apuntado Rocco Buttiglione en estas páginas, comentando la declaración sobre las bendiciones que abre la posibilidad de bendiciones espontáneas y no litúrgicas a las parejas irregulares, incluidas las del mismo sexo, hace cincuenta años los homosexuales estaban decididamente en contra del matrimonio. Hoy, al menos en muchos casos, ya no es así. Aunque -comprensiblemente- la atención mediática se ha centrado en las parejas homosexuales, la declaración promulgada en los últimos días por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe habla de parejas que no viven según las normas morales de la Iglesia. No es preciso entrar en estadísticas, pero se puede decir que la mayoría son parejas formadas por un hombre y una mujer que viven juntos sin estar casados. No hace falta ser un sociólogo para darse cuenta del cambio de época que se ha producido en las últimas décadas: la disminución de los matrimonios religiosos y civiles, el crecimiento exponencial de las convivencias (incluso entre quienes han sido educados en la fe).
La conversión pastoral de la que habla el Papa no es una operación de maquillaje, un simple ajuste de horarios, unos pequeños arreglos en las estructuras. Es algo más profundo, que cuestiona la responsabilidad de todos, en primer lugar de los ministros ordenados. El significado etimológico de la palabra "conversión" es "pasar de un lugar a otro", "volverse hacia alguien o algo", "cambiar de dirección". La conversión pastoral a la que se refiere Francisco es la invitación a un cambio radical de mirada y de mentalidad, no en el sentido de conformarse al pensamiento mundano diluyendo el anuncio cristiano, sino exactamente lo contrario. Es una llamada a dinamizar el anuncio del Evangelio, concentrándonos en lo esencial, en el kerigma, a sabiendas de que nos enfrentamos cada vez más a interlocutores que ya no lo conocen. Sabiendo que debemos salir, arriesgarnos, ir al encuentro sin prejuicios, escuchar antes de juzgar, y no esperar a que la gente venga a buscarnos. La imagen de la Iglesia como "hospital de campaña", tan querida por el Sucesor de Pedro, es un ejemplo muy efectivo. La raíz de la conversión pastoral es profundamente evangélica: Jesús nos invitó a no juzgar para no ser juzgados, a no fijarnos en la paja en el ojo de quien tenemos delante olvidando la viga clavada en el nuestro. Jesús trastocó la lógica y las normas religiosas de su tiempo yendo primero a los "intocables" y a los pecadores públicos.
El objetivo de la conversión pastoral es solo uno, y es el que da razón de ser a la Iglesia: la misión. Es decir, el testimonio del amor infinito de un Dios misericordioso que abraza antes de juzgar y que sale a nuestro encuentro para levantarnos si se lo permitimos, aunque solo tengamos el deseo de hacerlo.
Hay otra palabra decisiva, vinculada al cambio de época, a la conversión pastoral y a la opción misionera. Es "discernimiento". Una palabra central también en la declaración del Dicasterio Doctrinal sobre las bendiciones. En el documento, que reafirma que la doctrina sobre el matrimonio no cambia y que la Iglesia solo considera lícitas las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio, se dice claramente no solo que hay que evitar cualquier ritualización, cualquier creación de liturgias o "para-liturgias" para las bendiciones de parejas "irregulares", sino también que no hay que esperar más "instrucciones" sobre el tema. Precisamente porque se deja al discernimiento de los ministros ordenados.
Es una cruz y una responsabilidad que recae sobre los hombros de los sacerdotes, llamados a asumir los dramas de las personas, llamados a escuchar sus historias, llamados a acompañarlas paso a paso hacia la plena comprensión del plan de Dios para sus vidas. Se trata de una actividad eminentemente misionera. Imaginar "descargar" la carga del discernimiento en un manual o en una bendición predeterminada es caer en la casuística.
Por supuesto, tener un manual donde todo esté claro, definido, estructurado y analizado en detalle, sería más fácil. Pero no puede haber un manual que contemple la variedad de los dramas, las historias personales y las situaciones.
Decía el Papa Francisco en su felicitación navideña a la Curia: "Para todos nosotros es importante el discernimiento, ese arte de la vida espiritual que nos despoja de la pretensión de saberlo ya todo, del riesgo de pensar que es suficiente aplicar las reglas, de la tentación de proceder, incluso en la vida de la Curia, repitiendo simplemente esquemas, sin considerar que el Misterio de Dios nos supera siempre y que la vida de las personas y la realidad que nos rodea son y siguen siendo siempre superiores a las ideas y a las teorías". Porque "hace falta valor para amar".
La fe cristiana, prosiguió Francisco, "no quiere confirmar nuestras seguridades, hacer que nos instalemos en fáciles certezas religiosas, darnos respuestas rápidas a los complejos problemas de la vida". El Dios de Jesucristo "nos pone en camino, nos saca de nuestra comodidad, cuestiona nuestras conquistas y, de este modo, nos libera, nos transforma".
Ciertamente, la afirmación sobre las bendiciones cuestiona, sacude, obliga a salir de las "zonas de confort". El objetivo es encontrar a las personas allí donde viven y como viven, no como nos gustaría que vivieran, para no apagar la luz parpadeante ante una petición de bendición, es decir, una petición de ayuda a Dios.
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