¿Hasta cuándo?
Andrea Tornielli
Aunque las terribles noticias que nos han llegado de Tierra Santa en los últimos meses, y ahora la muerte del disidente ruso Navalny, han eclipsado las crónicas de guerra de Ucrania, hoy queremos recordar. Lo hacemos en estos días, dando voz a los testigos, a los que no ceden a la lógica del odio, a los que siguen rezando y siguen actuando para aliviar el sufrimiento de una población abatida por veinticuatro meses de bombardeos. Lo hemos hecho dejando que hablen las cifras, porque la cruda realidad de lo que está ocurriendo, a menudo lejos de los focos, describe la absurda inhumanidad de esta guerra.
Decenas de miles de vidas son sacrificadas para conquistar unos kilómetros de territorio, decenas de miles de hombres jóvenes y viejos resultan heridos o mutilados, ciudades ucranianas enteras han sido arrasadas, millones de desplazados viven en el extranjero, miles de minas se destinan a minar la vida futura de la población inocente... ¿Qué tiene que pasar todavía para que cese la agresión y podamos sentarnos en torno a una mesa a negociar una paz justa?
Los innumerables llamamientos del Papa Francisco para llamar la atención sobre la "atormentada Ucrania" se han dejado caer en saco roto. La guerra y la violencia parecen haberse convertido en la forma de resolver las disputas. La carrera armamentística con vistas a guerras futuras es ahora un hecho, también aceptado como ineluctable.
El dinero que nunca se encuentra para construir guarderías y escuelas, para financiar una sanidad que funcione, para luchar contra el hambre o para promover la transición ecológica cuidando nuestro planeta, siempre está disponible cuando se trata de armamento.
La diplomacia parece muda ante las sirenas beligerantes. Palabras como paz, negociación, tregua, diálogo, son vistas con recelo. Europa ha escuchado muy poco, más allá del protagonismo solitario de líderes individuales.
Nunca como en este momento es necesario no ceder a la lógica de la guerra. Es necesario seguir invocando a Dios el don de la paz, como sigue haciendo incansablemente el Sucesor de Pedro, sabiendo discernir las brasas de la esperanza que arden bajo el manto cada vez más espeso de las cenizas del odio.
Hacen falta nuevos liderazgos proféticos, creativos y libres, capaces de atreverse, de apostar por la paz y de hacerse cargo del futuro de la humanidad. Es necesario el compromiso responsable de todos para hacer oír con fuerza y determinación la voz de quienes no se rinden a la lógica "cainita" de los "señores de la guerra" que amenaza con conducirnos a la autodestrucción.
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