Peña Parra: Que la solidaridad prevalezca sobre el egoísmo
L'Osservatore Romano
"El mundo necesita hoy más que nunca la paz" de Cristo. "Porque sin ella la vida misma está en peligro". Así lo subrayó el arzobispo Edgar Peña Parra, sustituto de la Secretaría de Estado, durante la Misa del Domingo de la Divina Misericordia, celebrada ayer, 7 de abril, en la iglesia romana San Luis de los Franceses.
Tras saludar al rector, monseñor Laurent Breguet, a los demás sacerdotes concelebrantes y a los fieles presentes, el prelado centró su homilía en el episodio evangélico de la aparición de Jesús resucitado a los discípulos -el que coprotagoniza el incrédulo Tomás-, definiéndolo como un don que toma cuatro formas distintas: las del valor, la paz, el Espíritu Santo y, finalmente, el perdón y la fe.
Un don que adopta cuatro formas
En cuanto al don de la valentía, monseñor Peña Parra recordó cómo las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos estaban "cerradas". Ellos, en efecto, "todavía sacudidos por los acontecimientos de la Pasión, se reunieron para apoyarse y darse valor mutuamente", como sucede cuando se está atemorizado. Y es "al atardecer cuando el Señor se muestra a ellos ", añadió el celebrante: es decir, "en el momento en que la luz deja paso a las tinieblas", a la oscuridad. Pero el Resucitado se acerca en ese momento precisamente "porque sabe que el miedo que atenaza" los corazones de los suyos, corre el riesgo de poner en peligro su misión. "Por eso se manifiesta para consolarlos e infundirles valor, mediante" el conocido saludo: "La paz esté con ustedes".
He aquí, pues, el segundo don, que es "fundamental", el de "la paz interior y profunda, que transfigura su historia y tranquiliza su conciencia turbada. La paz que brota de la cruz" y que Él "nos obtuvo con el sacrificio de su vida". El Papa Francisco lo recordó -explicó el sustituto- en las meditaciones que escribió este año para el Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo y en el mensaje "Urbi et Orbi" para la Pascua: en ambos casos el Pontífice apeló "al respeto de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte natural". Palabras que recordaron al prelado el discurso de Santa Teresa de Calcuta cuando recibió el Premio Nobel de la Paz: "Hoy el mayor destructor de la paz es el aborto", dijo la religiosa.
Con la fuerza y el fuego del Espíritu Santo
De ahí la exhortación de monseñor Peña Parra a no dejar nunca de pedir "la paz en cada Eucaristía, después de la oración del Padrenuestro, diciendo: 'Líbranos Señor de todo mal, danos la paz en nuestros días'". Porque "también cada uno de nosotros", como Tomás, "en el corazón del sufrimiento y de la desesperación, tiene sed de oír al Señor repetir: 'La paz esté contigo'".
Pasando después al tercer don, el del Espíritu Santo, el prelado destacó cómo "cristaliza" los dos anteriores: de hecho, "sin la fuerza y el fuego" del Paráclito "los discípulos no se habrían convertido en intrépidos testigos de Cristo". Además, el Espíritu "fortalecerá también su unidad", haciéndoles "capaces de formar una comunidad con 'un solo corazón y una sola alma', para anunciar las maravillas del Señor".
Actualizando la reflexión, el celebrante aclaró que "ser hoy testigos del Señor resucitado significa" promover "la unidad, en nuestras familias, en el lugar de trabajo y en la Iglesia"; significa "amar a los hijos de Dios y construir una sociedad en la que el espíritu de compartir y de solidaridad prevalezca sobre el egoísmo".
Perdón y fe
Por último, el don del perdón y de la fe. Tomás es el primero en recibirlo y "aún hoy, a cada uno de nosotros, Jesús nos repite" la misma recomendación hecha al apóstol: "deja de ser incrédulo, sé creyente". Porque "ayer como hoy, creer en Cristo resucitado significa ante todo discernir su presencia y reconocer su acción en el corazón de los acontecimientos cotidianos de la vida, incluso los más sencillos". Para construir -concluyó monseñor Peña Parra- gracias a la Divina Misericordia "una comunidad fundada en el amor al prójimo".
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