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Editorial

Arraigados y peregrinos para anunciar el Evangelio

El documento final del Sínodo sobre la sinodalidad, un paso concreto para implementar plenamente el Concilio.

Andrea Tornielli

El documento votado hoy por el Sínodo es la etapa de un camino que comenzó con el Concilio Vaticano II y que continúa y exige ser vivido concretamente en todos los niveles de las Iglesias. Es la conciencia de que la sinodalidad representa el modo de vivir y dar testimonio de la comunión. La Iglesia no es una sociedad ni un partido, los obispos no son los "prefectos" de Roma, los laicos no son meros ejecutores de las decisiones y directivas clericales. La Iglesia es un pueblo. El pueblo de Dios, que camina unido: su razón de existir no consiste en la gestión de estructuras, burocracias o poderes. Ni siquiera se trata de conquistar y defender el propio espacio en el mundo. Su única razón de ser es hacer posible el encuentro con Cristo hoy, en cada lugar donde las mujeres y los hombres de nuestro tiempo viven, trabajan, se alegran y sufren.

Hay, pues, una manera de vivir las relaciones y los vínculos absolutamente peculiar y evangélica. Un camino centrado en el servicio, como enseñó Jesús. Hay una manera concreta de tomar decisiones, de planificar, de actuar que ya es un testimonio en sí mismo, especialmente en una época como la nuestra caracterizada por las divisiones, el odio, la violencia y los abusos.

Vivir la sinodalidad significa, por tanto, dar un paso hacia la plena aplicación del Concilio. Significa tomar en serio la originalidad – en el sentido de arraigo en el origen – de ser Iglesia: una comunidad donde hay lugar para todos y donde todos son valorados, una comunidad de pecadores perdonados que experimentan el amor de Dios y desean transmitirlo a todos.

El Sínodo sobre la sinodalidad, con sus perspectivas, pide mucho a todos. Pide cambiar de mentalidad. Pide no considerar la sinodalidad como una tarea burocrática que debe implementarse de manera paternalista con algunas pequeñas reformas cosméticas. Nos pide redescubrir el deseo de caminar juntos como modalidad deseada y no sufrida, con todas las consecuencias que ello conlleva. Nos pide que soltemos nuestras ataduras y nos atrevamos, con la certeza de que es el Señor quien guía a su Iglesia mediante el don del Espíritu Santo. Pide repensar el servicio de la autoridad, incluido el del Sucesor de Pedro. Pide un papel de mayor responsabilidad para los laicos y en particular para las mujeres.

Es imagen de una Iglesia cuyos miembros están arraigados – en un lugar, en una historia, en una comunidad, en un contexto – y al mismo tiempo peregrinos, es decir, en camino, en movimiento, en búsqueda, misioneros. Las estructuras eclesiales, en esta nueva perspectiva, ya no representan el lugar hacia el que deben converger los laicos, sino un soporte para el servicio que el pueblo de Dios realiza en el mundo. El horizonte del texto, que el Papa Francisco quiso transmitir inmediatamente a toda la Iglesia, es la misión, según las líneas marcadas por la exhortación Evangelii gaudium, para hacer que la "Iglesia en salida" no se quede en una intuición o acabe siendo una reducirse a un simple eslogan, sino se realice plenamente y con la contribución de todos.

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26 octubre 2024, 18:00