El conflicto del Canal de Beagle, cuando prevalece la voluntad de paz
Valerio Palombaro - Ciudad del Vaticano
La resolución de la larga disputa del Canal de Beagle y el Tratado de paz y amistad entre Argentina y Chile, 40 años después, siguen siendo un hito en la diplomacia. Un vívido ejemplo, especialmente significativo hoy en día, de cómo puede evitarse un derramamiento de sangre innecesario optando preventivamente por sentarse a la mesa de negociaciones. El tratado, firmado el 29 de noviembre de 1984 en el Vaticano, archivó una disputa de una década entre Argentina y Chile con el «reconocimiento definitivo e inalterable de sus respectivas esferas de soberanía» a lo largo del Canal de Beagle, un corredor de 240 km esencial para conectar los océanos Atlántico y Pacífico en el extremo sur del continente americano.
La coyuntura histórica y política de finales de la década de 1970, con los dos países dirigidos por regímenes militares, llevó a Argentina y Chile al borde del conflicto armado. En 1977 Buenos Aires rechazó el veredicto de un arbitraje internacional, favorable a las pretensiones chilenas, y estuvo a punto de lanzar la «Operación Soberanía» con un ataque ya planificado para el 22 de diciembre de 1978 a la isla Nueva, en la desembocadura oriental del canal de Beagle. La retórica de Videla y Pinochet, los dos generales en el poder a ambos lados de la Cordillera, soplaba gélidos vientos de guerra.
Para evitar tan sombríos presagios fue necesaria la intervención de la Santa Sede, que optó por desplegar todas sus dotes diplomáticas: el Papa Juan Pablo II, pocas semanas después de ascender al trono petrino, lanzó un llamamiento a los presidentes de Argentina y Chile «con la ferviente esperanza de ver superada la controversia que divide a vuestros países y tanto aflige mi alma». La Santa Sede, a diferencia de otros actores internacionales, fue considerada por ambas partes como una tercera parte mediadora fiable y el general Videla aceptó la propuesta de mediación, frenando las intenciones beligerantes.
El 26 de diciembre de 1978 llegó a Buenos Aires el cardenal emilianense Antonio Samorè, diplomático experto en América Latina, elegido por el Papa para la mediación. Samorè se reunió inmediatamente con Videla y en los días siguientes viajó entre Santiago de Chile y Buenos Aires para mantener una serie de conversaciones con ambos presidentes. Acompañaron su acción diplomática los nuncios apostólicos en Chile y Argentina, Angelo Sodano y Pio Laghi. En sólo dos semanas, los ministros de Asuntos Exteriores de Chile y Argentina firmaron el Acta de Montevideo, solicitando formalmente la mediación de la Santa Sede y comprometiéndose a renunciar al uso de la fuerza.
En los años siguientes, el progreso de las negociaciones fue lento, interrumpido también por la guerra de las Falkand-Malvinas de 1982 entre Argentina y el Reino Unido. Pero la «tela diplomática» vaticana no sufrió interrupciones: en la Casina Pío IV, los mediadores papales se reunieron varias veces con las delegaciones, primero por separado y luego juntos. Y Samorè acudió varias veces a audiencia con el Papa para ponerle al corriente de la mediación, incluso durante la hospitalización de Juan Pablo II en el Hospital Gemelli en julio de 1981.
La caída del régimen militar argentino en 1983 -unida al deseo de Pinochet de no caer en el aislamiento internacional- hizo propicio el momento para la firma del tratado. Un paso favorecido también por el respaldo del pueblo argentino, que aceptó mayoritariamente los términos del acuerdo en el referéndum promovido por el gobierno de Raúl Alfonsín pocos días antes de la firma.
El Tratado de Paz y Amistad se firmó el 29 de noviembre de 1984 en el Vaticano, en presencia del Secretario de Estado Agostino Casaroli. Según el tratado, el gobierno argentino reconocía la soberanía chilena sobre las islas Picton, Nueva y Lennox, mientras que Buenos Aires era compensada con algunos reconocimientos relativos a la extensión del mar territorial.
Casaroli, en la ceremonia de la firma, elogió el «aspecto ejemplar y reconfortante» de este acuerdo relacionado con la «victoria del espíritu y la voluntad de paz». El Papa Juan Pablo II también recibió a las delegaciones en el Vaticano al día siguiente, expresando su «profunda alegría» por este acuerdo.El cardenal Samoré, fallecido en febrero de 1983, no pudo ver sellada la paz gracias a su paciente labor diplomática. En su honor, el segundo paso más importante entre Chile y Argentina pasó a llamarse Paso Internacional Cardenal Samoré (antiguo Paso Puyehue). Desde 1984, Argentina y Chile han cultivado una cooperación constructiva y los dos países, separados por una de las fronteras más largas del mundo, pueden presumir de no haber librado nunca una guerra.
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