«Juegos» de guerra y negocios de muerte
Andrea Tornielli
«Quiero evidenciar la hipocresía de hablar de paz y jugar a la guerra. En algunos países donde se habla mucho de paz, las inversiones que más rinden son las de las fábricas de armas. Esta hipocresía nos lleva siempre al fracaso. Al fracaso de la fraternidad, al fracaso de la paz». Las palabras pronunciadas por el Papa Francisco el pasado 25 de noviembre para celebrar el 40 aniversario del tratado de paz entre Argentina y Chile que cerró la disputa por el Canal de Beagle encuentran una nueva trágica confirmación en los datos difundidos en estas horas por el Sipri (Stockholm International Peace Research Institute): la industria armamentística sigue creciendo, los ingresos aumentaron el año pasado un 4,2% hasta los 632.000 millones de dólares (+ 19% desde 2015). Desgraciadamente es bien sabido a qué otros datos está conectado este crecimiento: el número de muertos y heridos militares y civiles, las ciudades destruidas, los desplazados, el futuro robado a generaciones de jóvenes, la devastación medioambiental.
Llama la atención, en las palabras del Obispo de Roma, esa referencia: «jugar a la guerra». Si las guerras se plantean, a nivel mental, como una especie de «juego», ya sea político o militar, es señal de que se ha perdido la voluntad de llegar a la raíz de los conflictos. Se ha perdido la voluntad de comprender sus causas para intentar remediarlas. Es señal de que se ha perdido el valor de la paz, la importancia del diálogo y la negociación para resolver las disputas. Además, el juego implica habitualmente competición, con un ganador y un perdedor, lo que está muy bien si se trata de una partida de tenis o de ajedrez. Pero si los que «juegan a la guerra» son los Estados, lo que se contradice es la idea misma de la fraternidad humana y el derecho internacional.
Poniendo en evidencia la hipocresía de quienes quieren sacar provecho de la guerra, sin tener en cuenta las catastróficas consecuencias, el Papa Francisco hace un apremiante llamamiento a la conciencia de los responsables políticos y a la de todos. Les pide que dejen de hacer negocio a costa de los demás, a costa de la paz y, por tanto, a costa de los más débiles y de la humanidad entera.
Es un llamamiento profundamente espiritual, que necesita la intensa oración de toda la Iglesia, especialmente en este tiempo de Adviento, para pedir al «Príncipe de la Paz» que inspire pensamientos, palabras y sobre todo acciones que permitan vivir la vida política internacional con seriedad, sabiendo mirar más allá, pensando en el futuro, en las nuevas generaciones. Conscientes de que nuestro mundo necesita urgentemente «honorables compromisos» - como el que se firmó entre Argentina y Chile con la mediación del Vaticano hace cuatro décadas - y no de «juegos de guerra» de los prepotentes: «Dios quiera que la Comunidad Internacional haga prevalecer la fuerza del derecho a través del diálogo, porque el diálogo debe ser el alma de la Comunidad internacional».
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