Pablo VI: acción para dar un nuevo rostro a la Iglesia
Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
La santidad es «un camino de progresiva conformidad con Cristo» y es «única» porque tiene «en Cristo su medida y su vara de medir», pero «sus modelos en el curso de la historia ciertamente han cambiado». Partiendo de esta premisa, el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, desarrolló su alocución de la tarde del pasado 29 de noviembre, en el encuentro celebrado en Concesio, con motivo del décimo aniversario de la beatificación del Papa Montini.
El acto comenzó en la Casa Natal del Pontífice con la inauguración de la «Visita virtual a la Casa Natal de G. B. Montini – Pablo VI» y continuó en el auditorio «Vittorio Montini» del Instituto Pablo VI.
El Papa de la modernidad
En su discurso, titulado «La santidad cristiana hoy. El modelo de Pablo VI», el cardenal recordó los rasgos destacados por Carlo Cardia – definiéndolo como «el Papa que en la modernidad dio más respuestas a los interrogantes del hombre» y «que más unió pensamiento y acción para dar a la Iglesia un rostro nuevo, capaz de acoger al hombre moderno con sus necesidades, pero reconociendo también el fundamento, el valor, de sus dudas, de sus dudas, de sus incertidumbres, para hacer de ellas un vehículo de espiritualidad, de fe» – y las palabras del cardenal Carlo Maria Martini, en 1984, en el aniversario de su nacimiento, sobre su «fe límpida y madura, que ha sabido expresarse incluso en la época y en la cultura de la increencia, de la secularización, del hombre adulto, orgulloso de su propio progreso o desesperado por su propia soledad».
Pablo VI santo
Semeraro se centró en tres puntos: la santidad de Pablo VI esbozada en el proceso canónico que culminó con su canonización el 14 de octubre del 2018; el magisterio, milanés y romano, sobre el tema de la santidad; el texto paulino – «Yo ya no vivo. Pero Cristo vive en mí» – considerado por Romano Guardini como el núcleo de la santidad cristiana tal como la entendía Montini.
En cuanto al primer punto, el cardenal repitió, en primer lugar, lo que dijo el Papa Francisco a la hora del Ángelus del 1° de noviembre del 2017: «Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en sus corazones y la han transmitido al mundo» y «han luchado por eliminar las manchas y la oscuridad del pecado, para dejar pasar la luz suave de Dios. Esta es la finalidad de la vida: dejar pasar la luz de Dios».
Una premisa para introducir lo que surgió de Pablo VI en el proceso canónico: en él encontramos «aquellos sentimientos o autoconciencia de sí que encontramos en Jesús y que todo bautizado debe recordar también, precisamente sobre la base de su pertenencia a Cristo»; «a la luz de Cristo vio y midió la vida de aquí abajo».
Son aspectos que emergen también en un discurso del propio Montini a los alumnos de las escuelas católicas de Roma, el 25 de febrero de 1978, cuando dijo a los jóvenes que «la solución radical a vuestros problemas no está en un conjunto de “cosas”, sino en “Alguien”. Alguien en quien se encuentran juntos todos los valores que secretamente buscáis: Cristo», exhortándolos luego a salir “al encuentro de Cristo, de Cristo vivo, cuya voz resuena aún hoy de modo auténtico en la Iglesia”, a no detenerse “en la superficie” y a recoger “el mensaje, del que la Iglesia es portadora segura, porque está asistida por el Espíritu”. En definitiva, señaló el prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, «el deseo de Cristo es la línea roja de toda su vida terrena».
La santidad según Montini
Con relación al magisterio de Montini sobre el tema de la santidad, el cardenal propuso un pasaje de la audiencia general del 9 de julio de 1975, Año Santo, en el que el Pontífice explicaba que «quien acepta ser positivamente cristiano siente, en un momento dado» la «necesidad cada vez más apremiante» de la perfección, añadiendo que «tener a Dios como modelo de perfección» es «un estímulo para asemejarse en realidad a ese Dios, cuya inefable semejanza está impresa en nuestro rostro» y que es «Cristo quien nos propone esta verdadera estatura del hombre, este auténtico tipo de superhombre».
Sin embargo, cuando era arzobispo de Milán, para la fiesta de Todos los Santos de 1957, Montini afirmó que la santidad es posible y «que no es una vocación exclusiva y excepcional de unas pocas almas grandes, sino que es una llamada dirigida a todos», indicando «en la caridad la esencia de la perfección, la raíz de toda acción cristiana, el camino elevado hacia la santidad: un camino que todos pueden seguir» y añadiendo que «la Iglesia no cesa de presentar a la admiración y al culto de los fieles a los gigantes de la santidad, a los atletas de la penitencia, a los héroes del martirio», ofreciendo, sin embargo, «a la imitación común», «modelos más accesibles».
«Se aprecian siempre las formas externas y los medios facultativos con los que el alma se arma a la conquista de la perfección», observó el entonces prelado, «pero se da preferencia a la esencia de la perfección, la caridad». Para Semeraro, en estas palabras «se unen la experiencia personal, la sabiduría pastoral, la sensibilidad moderna, la fidelidad al Evangelio». Todo ello remite a la fórmula recurrente del Papa Francisco: la santidad de al lado, señaló el cardenal.
«Cristo vive en mí»
Por último, con relación al versículo de la carta de Pablo a los Gálatas «Ya no vivo yo. Pero Cristo vive en mí», el cardenal ilustró algunas de las muchas ocasiones en las que Pablo VI insistió en el significado de la afirmación del Apóstol de los gentiles, entre ellas la audiencia general del 15 de enero de 1964, tras el viaje a Tierra Santa.
«Somos cristianos, de verdad; después de tantos siglos, y de tanta experiencia histórica transformadora, seguimos siendo como Él nos hizo y nos quiso», proclamó Montini, «somos, por su gracia, sus auténticos discípulos, más aún, somos sus auténticos apóstoles, sus auténticos representantes».
Pablo VI aclaró, además, que «la Iglesia de Cristo, nos genera precisamente como Él, sus hermanos, sus seguidores, sus amigos predilectos», mediante «la fe, la gracia, la inserción en su Cuerpo místico» y por eso cada uno de nosotros puede decir, siempre con San Pablo: «Vivo, pero ya no yo; Cristo vive en mí».
Esta unión con Cristo, que Montini, escribiendo a los sacerdotes para la Semana Santa de 1961, perfila como «presencia en nosotros», tiene también una correspondencia con los testimonios dados en el proceso para su beatificación y canonización, concluyó el cardenal Semeraro, durante el cual una de las monjas que vivieron con él en el piso vaticano afirmó que «cuando estaba en la capilla, su mirada estaba siempre fija en el sagrario, parecía una persona atraída por el cielo».
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