La Ascensión de Jesús al Padre
Ascension, BAV Chig. A. IV. 74, f. 116v

La Ascensión de Jesús al Padre

La Ascensión es una solemnidad litúrgica común a todas las Iglesias cristianas; se celebra el cuadragésimo día después de la Resurrección Pascual. San Juan Crisóstomo y San Agustín ya hablaban de esta solemnidad en sus escritos. Pero una influencia decisiva para su difusión se debe probablemente a San Gregorio de Nisa.
Como este día cae en jueves, en muchos países la solemnidad se ha trasladado al domingo siguiente. Con la Ascensión de Jesús al cielo se concluye la presencia del "Cristo histórico" y se inaugura el tiempo de la Iglesia.

Del Evangelio según San Mateo

Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».  (Mt 28,16-20).

Los once

La Comunidad de discípulos que recoge el "testigo" del anuncio del Evangelio es una Comunidad herida por la ausencia de un compañero, Judas. Aunque imperfecta, es a esta Comunidad concreta y real a la que Jesús confía la tarea de proclamar su Evangelio, su propuesta de amor.

Galilea

Una misión, precisa el texto, que devuelve a los discípulos al principio de su experiencia con Jesús: "Hombres de Galilea, ¿por qué estáis mirando al cielo?" (Hechos 1:10, primera lectura del día). Galilea es, por tanto, el lugar donde todo comenzó para ellos. Un lugar de escucha, de formación de la Comunidad, de la vida cotidiana.

Una nueva forma de estar ahí

El texto de los Hechos nos ofrece unas coordenadas teológico-espirituales para entender el misterio que celebramos. Jesús "fue arrebatado" -dice el texto de Hechos 1,11-, resaltando que la acción es de Dios; la nube que "lo apartó de sus ojos" (v. 9) recuerda la imagen de la nube en el Sinaí (Ex 24,15), sobre la tienda de la alianza (Ex 33,9) y la nube en el monte de la Transfiguración (Mc 9,7).
La Ascensión de Jesús al cielo no supone un "abandono", sino un estar presente de una manera nueva: esto explica que los discípulos "se llenaran de alegría" (Lc 24,52). Con Jesús, muerto, resucitado y ahora ascendido, se abrieron las puertas del cielo, de la vida eterna. La "nube de fe" que envuelve hoy nuestra vida no es un obstáculo, sino el camino a través del cual podemos tener una experiencia más viva y verdadera de Jesús, animados por la certeza de que, si Él ha resucitado y ha subido al cielo, también nosotros estamos llamados a la misma suerte, en cuanto que Él es “el primero de todos” (cfr. 1 Co 15,20).

Iglesia en salida

Esta espera del último día no ha de vivirse en la ociosidad, ni siquiera en la intimidad de la propia casa, sino que, nos recuerda Jesús, la espera ha de vivirse en el compromiso de la misión, extendida hasta los confines de la tierra: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Hc 1,7ss). Nos da fuerzas la promesa de Jesús, nuestro Dios, el Dios-con-nosotros (cfr. Ex 3,12), el Emmanuel (Mt 1,23; IS 7,14): "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19).
Y aunque la fidelidad del discípulo falle con demasiada frecuencia, la fidelidad de Dios nunca le fallará a él: por eso el camino de la comunidad y de todo discípulo de Jesús resucitado está siempre abierto a nuevas perspectivas y posibilidades, ya que nada es imposible para Dios.

Oración

Tu ascensión al cielo, Señor,
me llena de alegría
porque el tiempo de quedarme mirando ha terminado para mí.
...y el momento de comprometerme ha comenzado.
Lo que me has confiado
rompe el caparazón de mi individualismo
y de mi “quedarme mirando”,
haciendo que me sienta personalmente responsable
de la salvación del mundo.
A mí, Señor, me has confiado tu Evangelio,
para que lo anuncie en todos los caminos del mundo.
Dame la fuerza de la fe,
como la que tuvieron tus primeros apóstoles,
para que no me venza el miedo,
ni las dificultades me detengan,
para que ninguna incomprensión me desanime,
sino que, siempre y en todo lugar, sea yo tu alegre noticia,
una revelación de tu amor,
como lo son los mártires y los santos
en la historia de todos los pueblos del mundo.

(Padres Dominicos, Provincia Romana de Santa Catalina de Siena)

 

Oración

Señor Jesús,
Tú, que en tu ascensión
has llenado de alegría a los Once,
haznos dignos de esta alegría
en virtud de tu oración y de tu misericordia.

Señor Jesús,
Tú, que en tu ascensión
has llevado al cielo nuestra frágil humanidad
y nos has abierto el camino al Cielo,
infunde en nosotros la alegría de la serenidad y de la paz.

Señor Jesús,
Tú que al subir al cielo
nos han revestido con el don del Espíritu Santo,
haz que seamos tus testigos en nuestra vida cotidiana
narrando la alegría de tu Misericordia.

(Oración de A.V.)

29 mayo

Del Evangelio según san Marcos

Entonces Jesús les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.  (Mc 16,15-20)

Una nueva orientación

El Evangelio de Marcos concluye con este pasaje: es la salida de Jesús de los suyos, su vuelta al Padre, con la que se cumple el Reino de Dios, y que supone una garantía gozosa para nosotros de que éste es también el destino de nuestro camino. Jesús no ha venido sólo para darnos un nuevo modo de vida, sino también para que este nuevo modo de vida encuentre su orientación y su meta: las cosas de la tierra se convierten así para nosotros en un camino hacia el cielo y todo adquiere un nuevo sentido, incluso los momentos difíciles y contradictorios de la vida.

Como Él, nosotros también

La Ascensión es ciertamente el cumplimiento de la vida terrenal de Jesús, pero es también un misterio de nuestra vida, sugiere la verdad sobre nosotros: así como Él subió al cielo a la derecha del Padre, también nosotros estamos hechos para esa "ascensión", para este retorno al Padre. Toda la creación, recuerda San Pablo, "espera con impaciencia... entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Rom 8,19-20). Pero la Ascensión de Jesús en cuerpo y alma nos dice también que nuestra vida, incluso en su corporeidad, no es un obstáculo, sino que es el camino para llegar al cielo, y por eso todo lo que somos y hacemos está llamado a convertirse en una "ofrenda agradable a Dios".

Una nueva forma de estar ahí

El texto de los Hechos nos ofrece unas coordenadas teológico-espirituales para entender el misterio que celebramos. Jesús "fue arrebatado" -dice el texto de Hechos 1,11-, resaltando que la acción es de Dios; la nube que "lo apartó de sus ojos" (v. 9) recuerda la imagen de la nube en el Sinaí (Ex 24,15), sobre la tienda de la alianza (Ex 33,9) y la nube en el monte de la Transfiguración (Mc 9,7).
La Ascensión de Jesús al cielo no supone un "abandono", sino un estar presente de una manera nueva: esto explica que los discípulos "se llenaran de alegría" (Lc 24,52). Con Jesús, muerto, resucitado y ahora ascendido, se abrieron las puertas del cielo, de la vida eterna. La "nube de fe" que envuelve hoy nuestra vida no es un obstáculo, sino el camino a través del cual podemos tener una experiencia más viva y verdadera de Jesús, animados por la certeza de que, si Él ha resucitado y ha subido al cielo, también nosotros estamos llamados a la misma suerte, en cuanto que Él es “el primero de todos” (cfr. 1 Co 15,20).

Iglesia en salida

Esta espera del último día no ha de vivirse en la ociosidad, ni siquiera en la intimidad de la propia casa, sino que, nos recuerda Jesús, la espera ha de vivirse en el compromiso de la misión, extendida hasta los confines de la tierra: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Hc 1,7ss). Nos da fuerzas la promesa de Jesús, nuestro Dios, el Dios-con-nosotros (cfr. Ex 3,12), el Emmanuel (Mt 1,23; IS 7,14): "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19).
Y aunque la fidelidad del discípulo falle con demasiada frecuencia, la fidelidad de Dios nunca le fallará a él: por eso el camino de la comunidad y de todo discípulo de Jesús resucitado está siempre abierto a nuevas perspectivas y posibilidades, ya que nada es imposible para Dios.

Oración

Cristo no tiene manos,
sólo tiene nuestras manos
para hacer hoy su trabajo.
Cristo no tiene pies,
sólo tiene nuestros pies
para guiar a los hombres
en sus caminos.
Cristo no tiene labios,
sólo tiene nuestros labios
para hablar de sí mismo a los hombres de hoy.
Cristo no tiene medios,
sólo tiene nuestra ayuda
para llevar a los hombres a Él hoy.
Somos la única Biblia
que la gente sigue leyendo,
somos el último mensaje de Dios
escrito en los hechos y en las palabras.

(Nota: el texto se atribuye a Raoul Follereau mientras que para otros es de un anónimo flamenco del siglo XIV)

 

Oración

Señor Jesús,
Tú, que en tu ascensión
has llenado de alegría a los Once,
haznos dignos de esta alegría
en virtud de tu oración y de tu misericordia.

Señor Jesús,
Tú, que en tu ascensión
has llevado al cielo nuestra frágil humanidad
y nos has abierto el camino al Cielo,
infunde en nosotros la alegría de la serenidad y de la paz.

Señor Jesús,
Tú que al subir al cielo
nos han revestido con el don del Espíritu Santo,
haz que seamos tus testigos en nuestra vida cotidiana
narrando la alegría de tu Misericordia.

(Oración de A.V.)

Del Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo, Jesús les dijo: «Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de Él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.  (Lc 24,46-53).

Les abrió las Escrituras

Es Jesús mismo quien se convierte en el "Educador" de los discípulos: "Así está escrito: el Mesías debía sufrir...". Los discípulos acababan de encontrar al Señor Jesús resucitado. A la luz de este Acontecimiento, Jesús abre la mente de los discípulos para ayudarles a comprender que lo ocurrido era y es parte de un proyecto de amor, del plan de salvación.

Revestidos desde lo alto

Tras la Ascensión de Jesús llega el don del Espíritu Santo, que permitirá a los discípulos ser testigos de lo que han visto y experimentado, y hacerlo con alegría: "Volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios". Los discípulos han abandonado el miedo y la timidez que les llevaron a alejarse de la Cruz: ahora encuentran el valor para seguir haciendo presentes las grandes obras del Señor Jesús mediante su testimonio alegre y valiente.

Conversión y perdón de los pecados

El contenido del testimonio es la alegría de que Dios es Amor, es Misericordia. Esta será la fuerza capaz de hacer que las personas cambien de dirección, abandonando una vida de pecado y orientándose hacia una vida buena.

Hacia Betania

La ciudad de Betania está situada al este de Jerusalén, y desde aquí se esperaba el regreso de la Gloria (Ez 43:2; 11:23). Ahora Jesús se prepara para ascender al Padre, pero no antes de haber conducido a los discípulos "fuera". Un acto que recuerda la acción de Dios cuando liberó a su pueblo de Egipto. El evangelista Lucas trata así de reanudar la historia, haciéndonos comprender que en Jesús todo se completa.

Una nueva forma de estar ahí

El texto de los Hechos nos ofrece unas coordenadas teológico-espirituales para entender el misterio que celebramos. Jesús "fue arrebatado" -dice el texto de Hechos 1,11-, resaltando que la acción es de Dios; la nube que "lo apartó de sus ojos" (v. 9) recuerda la imagen de la nube en el Sinaí (Ex 24,15), sobre la tienda de la alianza (Ex 33,9) y la nube en el monte de la Transfiguración (Mc 9,7).
La Ascensión de Jesús al cielo no supone un "abandono", sino un estar presente de una manera nueva: esto explica que los discípulos "se llenaran de alegría" (Lc 24,52). Con Jesús, muerto, resucitado y ahora ascendido, se abrieron las puertas del cielo, de la vida eterna. La "nube de fe" que envuelve hoy nuestra vida no es un obstáculo, sino el camino a través del cual podemos tener una experiencia más viva y verdadera de Jesús, animados por la certeza de que, si Él ha resucitado y ha subido al cielo, también nosotros estamos llamados a la misma suerte, en cuanto que Él es “el primero de todos” (cfr. 1 Co 15,20).

Iglesia en salida

Esta espera del último día no ha de vivirse en la ociosidad, ni siquiera en la intimidad de la propia casa, sino que, nos recuerda Jesús, la espera ha de vivirse en el compromiso de la misión, extendida hasta los confines de la tierra: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Hc 1,7ss).

Oración

Señor Jesús,
Tú, que en tu ascensión
has llenado de alegría a los Once,
haznos dignos de esta alegría
en virtud de tu oración y de tu misericordia.

Señor Jesús,
Tú, que en tu ascensión
has llevado al cielo nuestra frágil humanidad
y nos has abierto el camino al Cielo,
infunde en nosotros la alegría de la serenidad y de la paz.

Señor Jesús,
Tú que al subir al cielo
nos han revestido con el don del Espíritu Santo,
haz que seamos tus testigos en nuestra vida cotidiana
narrando la alegría de tu Misericordia.

(Oración de A.V.)

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