Misiones Salesianas: Palabek y sus testimonios
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
Este artículo recoge los testimonios y vivencias de Alberto López del Departamento de Comunicaciones de Misiones Salesianas y Cristina Bermejo de la ONG Jóvenes y Desarrollo que juntos hacen un excelente equipo, ambos dando imágenes y Alberto contando las obras de Misiones Salesianas.
En Palabek, Janeth y Sara son sólo dos ejemplos de madres que, como tantas otras, van con sus bebés a la espalda para poder asistir a clase en la Escuela Técnica Don Bosco, en el asentamiento de refugiados de Palabek. Oline, por su parte, es un joven refugiado que se dedica a vender las botellas de plástico vacías. Además de cuidar el medio ambiente, es la persona más generosa del campo. Éstas son dos de las historias que ha publicado Alberto en Misiones Salesianas, pero como dice él mismo, hay casi 40.000 más que podrían protagonizar una película llena de lecciones de vida.
Oline, el reciclador más generoso
Uno de los grandes males del planeta es la contaminación, y los mares de plástico son especialmente visibles en muchas costas africanas. En el asentamiento de Palabek, el plástico es un problema, la basura es un problema y el reciclaje puede ser una oportunidad. Alberto sigue contando que es bastante común ver niños pequeños recogiendo las botellas de plástico de agua y de refrescos que hay en el suelo. Es una mínima oportunidad de negocio al entregar ese plástico en algunos pequeños puestos cercanos a la recepción del asentamiento, igual que lo es los mercadillos en los que los refugiados venden artículos confeccionados por ellos mismos.
Oline es un joven asiduo a la misa de los domingos en una de las innumerables capillas que tienen repartidas los Salesianos por el asentamiento de refugiados. No se le conoce otro oficio que introducir botellas de plástico en un saco y después andar más de seis kilómetros hasta la recepción del asentamiento de refugiados de Palabek para entregarlas a cambio de algo de dinero. Uno de los misioneros salesianos, al ver su interés por el reciclaje, le guarda todas las semanas botellas y un día las pasa a recoger. Hoy, en el puesto en el que se compra agua, Oline llegaba con su saco de botellas de plástico para reciclar. Le dieron una moneda de 200 chelines ugandeses (el equivalente a 4 céntimos de euro).
Por la tarde, Oline estaba de nuevo en la zona de Don Bosco, después de recorrer otra vez los seis kilómetros para entregarle al salesiano que lo ayudaba con las botellas la mitad de la humildísima recaudación. Otro ejemplo de generosidad sin límites en un lugar donde se llega con lo puesto y se vive de prestado, con el título de refugiado, y sin saber hasta cuándo.
Más historias que contar
Janet y Sarah son dos de las decenas de jóvenes que cada día acuden al nuevo Centro Técnico Don Bosco para aprender un oficio en el asentamiento de refugiados de Palabek, cerca de la frontera entre Uganda y Sudán del Sur, y lo hacen con sus hijos pequeños a la espalda.
Alberto habla también de Uba, otro “Don Bosco del siglo XXI”. Lo conocen en todo el asentamiento de refugiados, especialmente los menores y los jóvenes. Ubaldino Andrade es un misionero salesiano venezolano que lleva 20 años en África y que, en los últimos meses, ha sufrido el infierno de su país al tener que ir a renovar su pasaporte y permanecer allí 6 meses sin esperanza de poder volver a salir, pero como cuenta López, se obró el milagro y gracias a él el documental del asentamiento de refugiados de Palabek será posible.
La supervivencia de una joven madre
"Gladys llama la atención por su estatura, su pelo, su belleza y su sempiterna sonrisa. Por si esto fuera poco, tiene sólo 23 años, un hijo de dos años y es la única mujer en la clase de la reparación de motos de la Escuela Técnica Don Bosco del asentamiento de refugiados de Palabek. Gladys es una más entre sus compañeros, pero fuera de la escuela también trabaja con una pequeña máquina de coser arreglando ropa y, siempre que puede, se ‘escapa’ en moto a Sudán del Sur para ver a su madre y a su hijo”.
Así cuenta Alberto esta historia, el sueño de Gladys, dijo, no difiere en casi nada al del resto de los refugiados del asentamiento de Palabek: la paz. Gladis tiene cuatro hermanos y cuatro hermanas y huyó de Sudán del Sur cuando el miedo y las ganas de vivir fueron más fuertes que la posibilidad de morir en cualquier momento. “Un día dispararon contra un autobús lleno de gente y me pude tirar al suelo y sobreviví, pero murió mucha gente y vi morir a mucha más, incluso familiares muy directos”, recuerda con dolor Gladys.
Gladys, el ejemplo de refugiada joven, mujer, madre y superviviente con una fortaleza increíble, Alberto afirma que Gladys ha estado en dos asentamientos de refugiados con anterioridad, hasta llegar a Palabek para estar junto a parte de su familia y cerca de la que tiene en Sudán del Sur. Sabe conducir motos y quiere ser conductora profesional para viajar asiduamente a Sudán del Sur. Gracias a la Escuela Técnica Don Bosco, abierta por los Salesianos hace dos meses, participa en el taller de mecánica de motos. “No me importa ser la única chica, pero tengo claro que tengo que saber arreglar la moto por si se estropea cuando viajo”, afirma Gladys. El sueño de Gladys continúa en su hijo, al que “quiero darle una buena educación”. Ojalá, reconoce, que sea posible la paz definitiva “para pensar en el futuro a largo plazo” y que Gladys pueda seguir sonriéndole a la vida sin la preocupación de hasta cuándo tendrá que estar en un asentamiento de refugiados.
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