Amazonía. Un sínodo singular, importante y conflictivo
Manuel Cubías – Ciudad del Vaticano
Víctor Codina S.J. sostiene que el Sínodo para la Amazonía es singular porque aborda un tema universal, la ecología integral, pero desde un lugar geográfico concreto: la Amazonía. Importante, porque resume el magisterio de Francisco (Evangelii gaudium, Laudato, si, Episcopalis communio) y constituye, según algunos, como el punto álgido de su pontificado, y conflictivo, porque es crítico ante organismos financieros, económicos y políticos que explotan y destruyen la Amazonía, y crítico también frente al poder del clericalismo eclesial.
Para profundizar en este análisis, Codina plantea siete claves teológicas que se auto-implican y solapan mutuamente:
La vida. Tema central del Sínodo
El tema central es la vida, afirma Codina, y éste forma parte integrante de la misión eclesial de todos los tiempos, prolongar la misión de Jesús que pasó por mundo haciendo el bien y liberando de toda amenaza de muerte (Hch 10,38), que anuncia un Reino de vida, que envía a sus discípulos a dar vida y liberar del mal.
Codina nos remite a una visión integral de la vida que incluye la vida del planeta, la vida humana material, cultural y espiritual de los pueblos amazónicos, la vida plena de las comunidades eclesiales amazónicas; es la vida humana comenzando por lo más elemental y material (bios) y humana (psyche) y es la vida plena, salvífica, divina que nos comunica el Espíritu del Señor resucitado (zoe) (IL 11). Corresponde a la Iglesia anunciar y defender la vida y denunciar todas las amenazas de muerte y luchar por la vida.
Por esta razón, argumenta el teólogo, es unilateral y sesgado reducir el sínodo al cambio climático o a la ordenación de varones indígenas casados, mientras se silencia la dimensión ecológica integral.
Metodología del ver y escuchar
La metodología del sínodo no es la de Lumen Gentium que comienza a partir de la Trinidad (LG 1-4,), subraya Codina, sino la de Gaudium et Spes que parte de la realidad (GS 1-10): ver, juzgar y actuar. Francisco también nos advierte que la realidad es más importante que la idea (EG 231-233). Sin embargo, añade, la novedad del sínodo consiste en que, al ver, se añade el escuchar, superando así el riesgo de caer en una frialdad sociológica objetiva y distante. Escuchar implica pasar de ser mero agente a ser receptor y paciente, dejarse impactar por la realidad humana, por el clamor del pueblo, como Yahvé escucha el clamor del pueblo explotado en Egipto que sube hasta el cielo (Ex 3,7-10), como Jesús que siente que se le conmueven las entrañas ante el sufrimiento del pueblo que vive como ovejas sin pastor (Mc 6,34). Escuchar es el talante necesario para un juzgar y actuar compasivo ante el dolor ajeno.
Subrayando esto, Francisco en Puerto Maldonado (Perú), prefirió escuchar a los indígenas antes que dirigirles su palabra, y añade Codina, en el caso de la Amazonía no solo se trata de escuchar al pueblo sino de escuchar a un pueblo pobre que forma parte de aquellos privilegiados bíblicos a quienes han sido revelados los misterios del Reino de Dios (Lc 10,21-22).
Actitud profética ante la vida amenazada
La actitud de escucha permite, afirma Codina, ser conscientes de los clamores de los pueblos amazónicos que van en dos direcciones: primero, el constante clamor ante la destrucción que las multinacionales provocan en su hábitat y que ponen en peligro su vida, fruto del afán de lucro de grupos financieros, económicos y políticos. Segundo, el clamor ante la amenaza que se cierne sobre su identidad humana, cultural y espiritual, pues la tierra no es un lugar o un objeto, sino un sujeto, la Madre tierra, a la que las multinacionales cortan las venas y esta se desangra. Nunca el pueblo amazónico había estado tan amenazado como ahora.
Por estas razones, subraya el teólogo jesuita, el Sínodo de la Amazonía reviste una providencial actualidad, pues pide un diálogo y conversión ecológica a las partes implicadas.
Eclesiología de la Iglesia local
El Concilio Vaticano II, subraya Codina, reconoce el valor de las Iglesias locales, con su identidad cultural e histórica propia, su diversidad litúrgica y canónica que enriquecen a la Iglesia universal (LG 23, SC 37-40; 65, AG 22). La Iglesia es un Pueblo de Dios con muchos rostros (EG 115,121).
Por su parte, el Sínodo escucha la voz de las comunidades cristianas amazónicas que en la amplia encuesta realizada expresan, como hemos visto un doble aspecto. Por un lado, agradecen los 500 años de evangelización de la Iglesia misionera que ha fundado y formado las diversas comunidades cristianas a lo largo de siglos, y piden que les sigan ayudando con centros de formación y defendiendo contras las actuales agresiones de las multinacionales.
Pero al mismo tiempo lamentan que todavía perviva un sentido colonial y vertical de la misión, poco inculturada y dialogal, con una pastoral más de visita que de presencia estable. Se pide que los misioneros conozcan la lengua y cultura de pueblo y que tengan una visión positiva sobre las capacidades de los indígenas para liderar sus comunidades eclesiales en las diversas formas de misión y de ministerios, ya que ellos y ellas son quienes mejor conocen a su gente y saben cómo acompañarlos y dirigirlos. Una Iglesia local madura ha de poseer sus propios ministros autóctonos.
Para Codina es legítimo hablar de una Iglesia con rostro amazónico en tanto sea una Iglesia que responsa a las inquietudes y necesidades de los pueblos de este territorio, defendiendo su vida y proclamando el Evangelio de manera inculturada. Por esto se pide la constitución de un Organismo Episcopal Regional Postsinodal para la Región Amazónica (IL 115) que pueda discernir y llevar a término las propuestas sinodales. El fruto de esta reflexión ha sido, dice el jesuita, la constitución no de una Conferencia Episcopal Amazónica sino de la Conferencia Eclesial de la Amazonía.
Aportes de la Amazonía a la Iglesia y al mundo
En relación a este aspecto, Codina insiste en superar la visión que algunos sectores tienen sobre los pueblos amazónicos y en la que se acentúa su pobreza y necesidad de protección, olvidando sus grandes riquezas humanas, culturales y espirituales y que cuentan con una sabiduría milenaria y ancestral, anterior al cristianismo
A la belleza del territorio, hay que añadir, afirma el jesuita, el planteamiento de los pueblos amazónicos en relación a la vida, en armonía con la naturaleza, con la comunidad y con Dios, así como una espiritualidad integral, que se expresa en el sentido de celebración y de fiesta, una tradicional sabiduría en el cuidado de la tierra, la salud y los remedios, un concepto de desarrollo y de progreso muy diferente del concepto moderno de progreso tecnocrático que acumula bienes en manos de pocos y destruye la naturaleza.
Eucaristía y comunidad
Solo después de haber hablado de la necesidad de defender la Amazonía de las amenazas que la destruyen, subraya Codina, tiene lugar hablar de la eucaristía. Sin justicia no hay eucaristía, no sería la cena del Señor (1 Cor 11.). Antes de ofrecer la ofrenda hay que reconciliarse con los hermanos (Mt 5,23-24). Por esto no deja de ser sospechoso que algunos sectores quieran reducir el sínodo de la Amazonía al tema de ministerios de hombres casados y al diaconado femenino.
Codina cita a Henri de Lubac quien resume la tradición patrística: “la eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la eucaristía” y que Juan Pablo II recoge en Ecclesia de eucharistia, muestra la centralidad de la eucaristía en la vida cristiana, ya que como dice el Vaticano II, la eucaristía es fuente y cumbre de toda vida cristiana (SC 10; PO 5).
Por eso, argumenta Codina, no se puede privar durante años enteros a las comunidades de la eucaristía por falta de ministros y las grandes distancias, con el riesgo de que las comunidades devengan comunidades evangélicas de la Palabra o simplemente desparezcan. De ahí la urgencia de dotar a las comunidades de ministros ordenados para la evangelización, el servicio y la celebración de los sacramentos, sobre todo la eucaristía.
El Espíritu del Señor actúa desde los últimos
En este último apartado, Víctor Codina afirma que hay que partir del hecho de que el Pueblo de Dios cree que quien lo conduce es el Espíritu del Señor que llena el universo (GS 11) y que toda la Iglesia, especialmente los pastores y teólogos, han de auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu, las múltiples voces de nuestro tiempo (GS 44), para comprender los planes de Dios y de este modo la Verdad revelada pueda ser mejor percibida (GS 44).
De igual manera, argumenta el jesuita, la historia humana no es homogénea, sino que hay momentos de gracia, de kairós, que llaman a una conversión, a un cambio profundo hacia el Reino de Dios. Este Espíritu presente en el de profundis de la historia, que se manifiesta a través de los últimos, pobres, marginados y descartados, es el que ahora clama a través de los pueblos amazónicos, pidiendo justicia en su tierra, libertad para vivir su identidad y su cultura, para que se respete su territorio, la Madre tierra. Al grito de los pobres se une el grito de la tierra, es el Espíritu del Señor, él clama a través de ellos e invita a escuchar su voz para que abandonemos caminos de muerte y nos convirtamos a una ecología integral.
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