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San Óscar Romero: ¡Este es el día del triunfo del Señor!

San Óscar Romero, el 15 de abril de 1979, Domingo de Resurrección, pronunció esta homilía de la cual ofrecemos algunos fragmentos. “La Alianza de los hombres con Dios, significa adoración al Creador de todo, respeto a sus leyes, respeto a la naturaleza, justicia en el reparto de los bienes que Dios ha creado para todos, cuidado de la naturaleza”.

La larga peregrinación de la Cuaresma termina en esta cumbre de gloria. Durante la Cuaresma recorrimos también la historia de la Alianza entre Dios y los hombres. Todo ese afán de Dios por ganarse el amor de los hombres, toda esa respuesta del hombre siempre rechazando a Dios, esa porfía del amor eterno del Señor, ha vencido. Y, hoy, la Pascua, es la fiesta que da sentido, explicación a toda esa lucha de Dios….

- Mi homilía quiere ser más que todo...

Más que una explicación, que una exhortación, que una catequesis, mi homilía de esta mañana quisiera ser, ante todo, un testimonio de fe que, junto con todo mi querido pueblo, le dijera al Señor: ¡Creo en el Cristo resucitado!

Quiere ser mi palabra esta mañana, el anuncio gozoso que constituía como el núcleo de la predicación de los apóstoles: ¡Cristo ha resucitado! ¡Esta es la gran noticia!

Dos objetos de la celebración pascual: Cristo resucitado y los bautizados

Esta noche venimos a celebrar no solamente el triunfo de Cristo como un hombre aislado allá, hace 20 siglos, sino el triunfo nuestro, nosotros somos el Cristo de hoy, los bautizados. Antiguamente esta era la noche en que la Cuaresma se clausuraba con una bella procesión de Catecúmenos que iban a recibir las aguas bautismales. Y vestidos de blanco, eran la figura más hermosa de la resurrección: una vida nueva en el bautizado. Ya que tenemos la dicha de ser nosotros bautizados desde hace mucho tiempo, esta noche, dentro de breves instantes, vamos a renovar nuestro Bautismo.

Hagamos de caso que esta noche hemos comprendido lo que significa este pueblo que llena la Catedral: es Cristo resucitado.

No sólo está, pues, simbolizado en un precioso cirio que hemos bendecido en la procesión inicial de esta noche, sino que más que el cirio, Cristo está vivo en 1979. En esta Pascua de San Salvador ha resucitado y ustedes, los cristianos, son el testimonio de que Cristo sigue viviendo. ¡Bendito sea Dios que esta noche, ¡una Diócesis que va comprendiendo cada vez mejor su compromiso con Cristo, sigue viviendo! ¡La Iglesia es el cuerpo de Cristo en la historia! ¡Nosotros somos el Cristo viviente de 1979!

La Pascua ilumina toda la historia de las alianzas de Dios con los hombres

Mi segundo pensamiento es para querer abarcar toda esa preciosa serie de lecturas que, en un gesto ecuménico, ha preparado la Comisión de Semana Santa y han escuchado ustedes en labios cristianos de diversas confesiones, pero todos creyentes en Cristo: cómo la Pascua ilumina, cómo esta noche el cirio está iluminando toda esta catedral; la Resurrección, la Pascua de Cristo ilumina toda la larga historia de Dios y los hombres que se remonta hasta la primera lectura que escuchamos.

- En el principio, Dios creó el cielo y la tierra, y comenzaron las alianzas.

A lo largo de toda la Cuaresma de este año, hemos ido siguiendo las diversas alianzas que Dios, el enamorado incansable de los hombres, a pesar de la negación de los hombres, va tratando de ganarles el corazón. Con Noé, bajo el signo del arco-iris, hace una alianza que es como rubricar su voluntad de crear. Creó el cielo, la tierra, los animales, todo cuanto existe: Ya no mandaré otro diluvio. Conservaré la naturaleza para el hombre. Seguiré pensando en el hombre como príncipe de la creación, solamente que me adoren. Yo soy su Dios. Y así como Noé agradecido ante el Dios que le conservaba la naturaleza, la Alianza de los hombres con Dios, significa adoración al Creador de todo, respeto a sus leyes, respeto a la naturaleza, justicia en el reparto de los bienes que Dios ha creado para todos, cuidado de la naturaleza. Este afán de destruir, este peligro tremendo de quedarnos sin agua, sin aire puro, sin bosques, ese afán de destrucción como un nuevo diluvio, Dios lo quiere conjurar. Cuando miremos en el arco-iris la voluntad de Dios de conservar la naturaleza, acordémonos que es parte de nuestra Alianza con Dios la conservación de esas reservas que la humanidad necesita.

Continúa, en las lecturas de hoy, ya no en el orden de la naturaleza, eso se supone que el hombre lo va a amar, sino en el orden de una religión y necesita pactar con un privilegiado, un nómada del desierto: Abraham. Pero ¡qué fe la de aquel hombre! Anciano, sin patria, peregrino, sin saber a dónde va, va obedeciendo a Dios que le ha dicho: "Voy a hacer de ti un gran pueblo, del cual saldrá la bendición para todas las naciones". Y Abraham, sin comprenderlo, es el Padre de nuestra fe.

Y de Abraham nace el pueblo, que ya hecho pueblo, caminando hacia su liberación de Egipto, hacia la tierra prometida, aparece en una tercera alianza cuando Dios habla a Moisés y lo manda a trasladarse a través del Éxodo.

Toda esa lectura que hemos escuchado hoy, es el Dios que va con el pueblo predilecto porque va trayéndose allí un Redentor. Y aparece la hora de los Profetas que anunciarán al Redentor de los hombres, las condiciones que Dios quiere de este pueblo suyo, hasta que nace el Redentor

Han tocado las campanas esta noche en la hora en que sonaba, en las lecturas bíblicas, la plenitud de los tiempos. Cristo está ya con nosotros y es un Cristo que ha muerto y ha resucitado.

Su alianza con los hombres, la Alianza Nueva que anunciaron los Profetas, es una alianza definitiva, es una alianza que "une", como cantó el sacerdote al principio de esta liturgia esta noche: ¡Oh noche bendita, en que se une el cielo con la tierra! Llegó a llamar al pecado de Adán: "Feliz culpa que mereció tan grande Redentor". Ya los pecadores contamos con una Alianza de reconciliación. Ha llegado a nosotros en la cruz, en la Pascua, la hora en que nosotros mismos somos el pueblo nuevo: el nuevo Israel que nace del Bautismo.

El pueblo de la Nueva Alianza

Hemos escuchado, en la lectura de San Pablo, cómo nos devela este misterio: Todo hombre nacido de la carne, si quiere incorporarse a esta Alianza de Dios con los hombres, se bautiza y, en el Bautismo, la muerte de Cristo se hace muerte del cristiano; y la Resurrección de Cristo se hace vida nueva en el corazón del cristiano. Y allí surgen los compromisos de este pueblo cristiano que en esta noche venimos a renovar. Es el compromiso de una solidaridad estrecha con la muerte de Cristo y con la resurrección de Cristo.

Esta noche, hermanos, si de verdad queremos hacer honor a la pertenencia de este pueblo que nos ha congregado en la Catedral, en la Vigilia de la Pascua, pensémoslo bien, si de verdad queremos ser bautizados y hacer honor a la incorporación de la muerte de Cristo por el Bautismo: hay que morir. Morir al pecado, morir a todas las maldades, matar en nosotros los egoísmos, las envidias, las entregas, las idolatrías de los falsos dioses. No hay más que un sólo Dios, y el cristiano adora ese Dios en Cristo Nuestro Señor. Y si por rechazar idolatrías falsas, tiene que morir mártir por ser fieles a su único Dios, Dios lo resucitará. Tenemos, gracias a Dios, páginas de martirios no solamente en las historias pasadas, sino en la hora presente. Hay sacerdotes, hay religiosos, hay catequistas, hay hombres humildes del campo que han sido matados, despellejados, aplastada la cara, deshechos, perseguidos por ser fiel a este único Dios y Señor: Jesucristo, a quien esta noche debemos renovar nuestro compromiso bautismal; o es la noche de decirle: Señor, voy a apostatar, no tolero aguantar este exclusivismo con que Tú me quieres. Ese seguirte a Ti, que Tú dices, "el que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su Cruz y sígame".

No se puede servir a dos Señores. No se puede ser cristiano que ha prometido fidelidad a Cristo y luego estar traicionando ese Cristo, idolatrando el ídolo riqueza, el ídolo poder, el ídolo lujuria, el ídolo orgullo, el egoísmo y tantas otras clases de idolatría.

Esta noche, es una noche de fidelidad ante aquel que me mostró la fidelidad hasta la muerte. ¡Él, sí me amó! Y, aún, cuando el amor le costó la muerte en la cruz, no tuvo miedo y se entregó por mí. "Ya no vivamos para nosotros -dice San Pablo- vivamos para aquel que murió y que ha resucitado también". Porque el que pierde la vida por mí, la encontrará. El que cree en Mí y me sigue, no morirá nunca, tendrá vida eterna. Y esta noche de la Resurrección el cristiano comprende la grandeza de su fe, de su esperanza, de poner en Cristo toda su fuerza, todo su amor.

 

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03 abril 2021, 14:05