Dnipro: dignidad y esperanza, el servicio de Cáritas Ucrania a los desplazados
Svitlana Dukhovych - Ciudad del Vaticano
"Se le rompe a uno el corazón al ver cómo la gente, después de pasar unos treinta días en los refugios, por primera vez come pan mientras llora; por primera vez se da una ducha caliente. Es difícil de creer que todo esto ocurra en el siglo XXI". Este es el testimonio de Mila Leonova, responsable de comunicación de "Caritas Donetsk", cuya oficina se trasladó a Dnipro, la capital de la región de Dnipropetrovsk, tras el estallido de la guerra en el Donbás hace ocho años. Después del 24 de febrero, los voluntarios empezaron a trabajar incansablemente para satisfacer las necesidades de miles de personas que huían de las regiones afectadas por el ejército ruso, especialmente las de Kharkiv, Luhansk y Donetsk.
Quién huye y cómo se le acoge
"Dnipro se ha convertido en una especie de centro de acogida de personas desplazadas", dice Mila. Desde el comienzo de la guerra a gran escala, unos 300.000 refugiados han llegado a la región, y más de 100.000 a la propia ciudad. Y estas son cifras oficiales, creo que las reales son el doble". La joven dice que dejar el hogar no es fácil para nadie y que hay varios factores que hacen posible esta decisión. "Los primeros en llegar", dice, "fueron las personas con mayores posibilidades económicas. La segunda oleada eran los que habían dudado, pasando cerca de un mes en los sótanos, bajo los bombardeos, antes de llegar a Dnipro. Llegan a nosotros en condiciones terribles. Aquí tenemos un refugio donde acogemos a los refugiados de uno a cinco días, durante los cuales les ofrecemos primeros auxilios, la posibilidad de descansar y decidir qué quieren hacer. También les ayudamos a recuperar parte de su fuerza espiritual para seguir adelante".
La última oleada de llegadas: los ancianos obligados a marcharse
Hubo, y sigue habiendo, otra ola. Mila dice que se trata sobre todo de personas mayores (de más de 70 años). "Es gente con unos ingresos bastante bajos", explica, "toda su vida gira en torno a su casa o a su barrio. No querían irse y se los llevaron los voluntarios. Se vieron obligados a venir aquí y se sienten frágiles, desorientados, les cuesta socializar. Y nosotros también intentamos ayudarles".
La guerra es incesante
Ni siquiera Dnipro es una ciudad totalmente segura: las sirenas de ataque aéreo suenan casi todos los días, los misiles rusos golpean periódicamente tanto a las empresas industriales como a los edificios civiles. "En los primeros días de la invasión, cuando tanta gente se marchaba al oeste del país o al extranjero, me resultaba complicado decidir si me iba o me quedaba", dice el responsable de comunicación de "Caritas Donetsk". "Una parte de mí estaba preocupada por la seguridad de mi hijo de cinco años. Oímos las explosiones de cerca: ese sonido es inconfundible, nunca lo olvidas. Pero cuando vi la cantidad de gente que llegaba a Dnipro y que necesitaba nuestro apoyo, decidí quedarme. Nuestro equipo incluye a muchas personas que huyeron del Donbás todavía en 2014, por lo que son muy sensibles a las necesidades de los evacuados. En Dnipro también tuvieron que evacuar las oficinas de Cáritas en otras ciudades, como Severodonetsk y Rubizhne (región de Luhansk)".
En 60 mil ayudados por Cáritas
En estos casi seis meses, más de 60 mil personas han recibido ayuda de Cáritas Donetsk. Además de proporcionar ayuda básica, los miembros de la organización intentan crear un entorno en el que todos se sientan respetados en su dignidad. "Por ejemplo, al principio venía mucha gente todos los días, la gente llegaba a las cuatro de la mañana para hacer una cola larguísima. Y no pudimos ayudar a todos", recuerda Mila Leonova. "Por eso invitamos inmediatamente a especialistas en crisis para que nos ayudaran a resolver los problemas que surgían en las largas colas y a rebajar la tensión para que todo el mundo se sintiera no como "desplazado" sino simplemente como una persona que ha venido a pedir ayuda y la ha recibido. Para nosotros, esto es muy importante: no sólo dar algo material, sino también ayudarles a recuperar la fe y la esperanza".
Dignidad y esperanza: son lo más importante
Mila comparte que antes la palabra "dignidad" no se oía con frecuencia, pero ahora la gente la utiliza a menudo, porque suele experimentar su privación y, por tanto, percibe inmediatamente cuando se le devuelve la dignidad. Muchos proyectos de Cáritas Donetsk tienen precisamente este objetivo. Uno de los programas consiste en que psicólogos, animadores y pedagogos sociales ayuden a los refugiados - niños y adultos - a integrarse en su nuevo lugar. "Aquí es importante ayudar a las personas a recuperar la confianza en sus propias fuerzas, y no permanecer durante mucho tiempo en el papel de víctima, que les impide ser proactivos y avanzar", explica Mila.
El proyecto "Dignidad humana"
Lo que significa verse privado de su hogar y de su dignidad lo sabe bien Oksana Akchebash, que procede de la ciudad de Rubizhne, en la región de Luhansk, donde trabajaba en la Cáritas local y ayudaba a las personas que vivían en zonas de amortiguación desde 2014. Tras la invasión a gran escala, ella también huyó de su ciudad, que fue ocupada en mayo pasado por los militares rusos. Ahora vive en Dnipro y en Cáritas Donetsk es coordinadora del proyecto "Dignidad Humana". "No pensé que tendría que dejar mi casa", dice. "Antes del 24 de febrero, las situaciones de peligro no eran nuevas para mí: para ir a las zonas de seguridad teníamos que llevar chalecos antibalas y cascos, algunas veces habían disparado cerca. Incluso cuando por la noche, entre el 22 y el 23 de febrero, oímos pasar los tanques por debajo de nuestro edificio, todavía no quería creer que la escala de la guerra fuera tan grande. Así que al principio decidimos quedarnos. A mediados de febrero no había gas, ni electricidad, ni agua. Dormimos con la ropa puesta. Fue mi hijo menor quien nos empujó a irnos: en un momento dado, tras oír los disparos, se puso pálido como la cera y no dejaba de llorar. Tomamos algunas cosas y salimos de la casa. Las carreteras que llevaban a la ciudad estaban minadas, así que mi hijo, mi padre y yo tomamos un pequeño camino a pie, y mi marido, en el coche, tuvo que atravesar un cementerio. Ni siquiera recuerdo exactamente cómo ocurrió todo, pero gracias a Dios, conseguimos salir de allí".
Oksana echa de menos su casa. Si la gente de su parte del mundo viene a Cáritas, los siente como si fueran de la familia. Esperamos", concluye, "que todo termine pronto, que llegue la paz y que volvamos a casa a reconstruir nuestras ciudades".
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