Migración en Brasil con rostro de mujer
Felipe Herrera-Espaliat, enviado especial a Brasil
Carmen Clara llevaba cuatro años viviendo en Brasil cuando emprendió un negocio por su cuenta. En 2017 había huido de la crisis económica y social de su país, dejando su hogar y su taller de costura en Valencia, Venezuela, para establecerse en la ciudad de Boa Vista junto a su hija. Ambas trabajaron allí como empleadas de una compañía que producía ropa de alta tecnología para el Ejército, pero en 2020 quisieron ir a probar suerte más al sur y se instalaron en Porto Alegre. Fue entonces que decidieron arriesgarse, considerando que tenían una vasta experiencia en corte y confección, que ellas eran su propia mano de obra y que disponían de dos máquinas de coser propias. Lo único que les faltaba era el financiamiento para la materia prima, pero conseguir un crédito con un banco resultaba imposible, por lo que el sueño de emprender parecía truncado.
Sin embargo, Carmen no se dio por vencida y encontró la ayuda en el Cibai, organismo de los religiosos scalabrinianos que por más de 60 años ha acompañado en su proceso de autonomía a quienes llegan desde otras naciones a establecerse en Porto Alegre. En el Cibai evaluaron su plan de negocios y le concedieron un crédito flexible, con el que compró telas e hilos. Así, a fines de 2021 abrió un sencillo taller de costura que, en poco tiempo, se transformó en la exitosa empresa “Clara’s Style”, potenciada por una estrategia online que ha engrosado su cartera de clientes.
Hoy cinco mujeres trabajan en la empresa para responder a los abundantes pedidos de ropa, especialmente, de uniformes profesionales. Según Carmen, la clave de lo que ha logrado en Brasil es haber permanecido siempre optimista. “Nunca, nunca hay que ser negativo. Desde el primer momento en que uno sale del país de origen hay que ser positivo, pensar ‘yo sí puedo, yo sí quiero’, aunque muchas veces nos encontremos con situaciones difíciles”, expresa, a la vez que manifiesta su profunda gratitud al Cibai.
Delicias haitianas
También Rosemie Cavalier está agradecida de la obra de los scalabrinianos. Llegó hace cuatro años a Porto Alegre desde Haití, trayendo consigo los tesoros gastronómicos de su tierra. En el Cibai pudo asistir a cursos de cocina local y, además, fue invitada a participar en diversos eventos donde pudo dar a conocer sus creaciones culinarias. “A mí siempre me ha gustado experimentar y, luego, dar a probar mis productos a los demás. Así lo hice y la gente me animó a preparar platos para vender”, relata la haitiana sobre la motivación que le permitió iniciar su emprendimiento.
Pronto se corrió la voz de sus deliciosas preparaciones, que causaron sensación y que hoy se sirven en reuniones sociales o que pueden recibirse directamente a domicilio, llevadas por Kelly Datus, marido de Rosemie. Mientras ella cocina en un estrecho departamento, él hace la distribución, y así han ido formando “Rose Delicious Food”, una pequeña empresa que hoy les garantiza su sustento.
Empleos según capacidades
Pero en el Cibai no solo apuestan por el emprendimiento, sino también por la empleabilidad, actuando de vínculo entre los migrantes y una amplia red empresas. Eso sí, su gran desafío es que las personas accedan a empleos lo más cercanos a sus competencias específicas, y eso no siempre es fácil. Según Adriana Araújo, coordinadora de integración sociolaboral, a veces llegan profesionales altamente calificados, como abogados, médicos o ingenieros, y resulta inconveniente para ellos ubicarlos en puestos de trabajo como un frigorífico de carnes.
“En esos casos estaríamos haciendo más un perjuicio que un servicio, porque son migrantes que vienen ya en una condición de fragilidad emocional y se han de enfrentar a una actividad operacional a la que no están acostumbrados. Tal vez para un ingeniero no podamos encontrar un empleo de ingeniería, pero sí uno en un área de mantención, que es más cercano a su realidad”, explica la asistente social.
Pero este no fue el caso de la abogada venezolana Carmen Estela Liscano, pues el Cibai la recomendó para un empleo hecho a la medida de ella. En 2021 la compañía transnacional de ascensores TKE buscaba una persona que pudiese evaluar los contratos con sus clientes y proveedores de toda América Latina y, por ende, que dominase el derecho y hablase perfecto español. En el proceso de reclutamiento TKE contactó al Cibai, que les envió los antecedentes de Carmen Estela. En pocos días fue contratada y, según sus superiores, su contribución laboral ha sido formidable. Pero el beneficio no ha sido solo para ella, sino para todo su núcleo familiar.
“Aquí en Brasil la vida cambió definitivamente para mí, mis hijas y mi esposo. Dios y la vida nos presentaron una nueva oportunidad, de la cual estaré eternamente agradecida. Solo puedo decir que ha sido positivo, enriquecedor. Esto nos ha ayudado como familia, la migración nos unió mucho más y nos ayudó a salir fortalecidos”, afirma Carmen Estela.
Opción preferencial por las mujeres
La megápolis de São Paulo también es un destino frecuente para quienes llegan a instalarse a Brasil, y el barrio de Brás acoge a miles de ellos. Allí funciona el Centro de Integración del Migrante (CIM), obra de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo, que se enfocan particularmente en la promoción de las mujeres. La hermana Janice Santos de Santana cuenta que acogen a muchísimas madres solteras, así como a otras que sufren violencia y explotación laboral, pues hay quienes cumplen turnos de hasta doce horas trabajo. De hecho, sus hijos son cuidados durante las tardes en el jardín infantil del CIM.
En esta institución, junto con ayudarlas a regularizar sus permisos de residencia, les ofrecen cursos de portugués y distintas formaciones para el empleo. Lo que resulta más difícil, eso sí, es sostenerlas en la profunda nostalgia que padecen aquellas que viajaron solas y se separaron de sus familias. Así le pasó a Crismarys Carrizales, que dejó en Venezuela a su marido y a sus dos hijos mayores, y se vino a Brasil solo con la más pequeña. Llevan un año separados y el único contacto es a través de videollamadas.
“Trato de mantener esa constante comunicación con ellos para que no piensen que yo los abandoné, sino que estoy trabajando para que tengan un buen futuro y puedan estar aquí conmigo”, detalla Crismarys, quien está ahorrando cada moneda que puede para enviarles los pasajes a Venezuela y que la familia se vuelva a reunir.
La cuestión financiera es una de las preocupaciones centrales de estas mujeres, pues necesitan alimentar y vestir a sus hijos, además de mandar dinero a sus países de origen cuando la situación se lo permite. Para darles una mano en este ámbito, el CIM cuenta con una tienda de ropa usada en excelente estado y a precios ínfimos. “Muchas madres trabajan en talleres como costureras, confeccionando ropa todos los días, pero cuando quieren dar un regalo a sus hijos suelen venir a buscarlo a nuestro bazar”, comenta la hermana Janice, a quien Crismarys considera su amiga y confidente.
La necesidad de apoyo a las mujeres migrantes aumenta cada día en Brasil, a la par que se elevan las estadísticas acerca de su presencia en el país. Según el último reporte del Observatorio de las Migraciones Internacionales, en diez años el porcentaje de mujeres que solicitó refugio aumentó de 10,5% a 45,4%, provenientes principalmente de Venezuela, Haití y Cuba. Es una realidad que está exigiendo al Estado y a la sociedad civil una respuesta cada vez más urgente, pero que encuentra en una pluralidad de organizaciones de la Iglesia Católica un camino ya recorrido y una enorme experiencia acumulada al servicio de los migrantes.
Este reportaje fue hecho en colaboración con el Global Solidarity Forum.
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