Vía Crucis. El Papa: Señor donanos vergüenza y esperanza
Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Te pedimos Hijo de Dios, de identificarnos con el buen ladrón que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que, con los ojos de la fe, ha visto en tu aparente derrota la divina victoria y así se ha arrodillado ante tu misericordia y con honestidad ha robado el paraíso”, lo dijo el Papa Francisco en su meditación al final del Vía Crucis en el Coliseo de Roma, este Viernes Santo.
Después de meditar las 14 estaciones del camino de la cruz, escrito este año por 15 jóvenes estudiantes, el Santo Padre invitó a dirigir nuestra mirada al Señor Jesús, humilde, sufriente y abandonado a la voluntad del Padre, una mirada de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza, al igual que hizo el buen ladrón.
Vergüenza por haberte dejado solo sufriendo por nuestros pecados
Señor Jesús, invocaba al inicio de su oración el Santo Padre, nuestra mirada se dirige a ti, lleno de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza. Ante tu supremo amor – señalaba el Pontífice – nos invade la vergüenza por haberte dejado solo sufriendo por nuestros pecados: la vergüenza por haber huido ante la prueba a pesar de haberte dicho miles de veces: “incluso si todos te dejan, yo no te dejaré jamás”; la vergüenza de haber elegido a Barrabas y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dios dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad; la vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón, cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: “¡si tú eres el mesías, sálvate y nosotros creeremos!
La vergüenza – agregaba el Papa – porque tantas personas, e incluso algunos de tus ministros, se han dejado engañar por la ambición y por la vanagloria perdiendo su dignidad y su primer amor; la vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados; la vergüenza de haber perdido la vergüenza.
Arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza
Nuestra mirada también está llena de arrepentimiento – precisaba el Papa Francisco – que ante tu silencio elocuente suplica tu misericordia: el arrepentimiento que brota de la certeza que sólo tú puedes salvarnos del mal, sólo tú puedes curarnos de nuestra lepra de odio, de egoísmo, de soberbia, de avidez, de venganza, de codicia, de idolatría, sólo tú puedes volvernos a abrazar donándonos la dignidad filial y gozar por nuestro regreso a casa, a la vida.
El arrepentimiento – indicaba el Santo Padre – que surge al sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por tu invitación suave y poderosa a la conversión; el arrepentimiento de David que desde el abismo de su miseria encuentra en ti su única fuerza; el arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza que nuestro corazón estará siempre inquieto hasta que no te encuentre y en ti su única fuente de plenitud y de paz; el arrepentimiento de Pedro que encontrando tu mirada lloró amargamente por haberte negado ante los hombres.
Enséñanos que tu amor es nuestra esperanza
Ante tu suprema majestad – evidenciaba el Papa – se enciende, en las tinieblas de nuestra desesperación, un rayo de esperanza porque sabemos que tu única medida de amarnos es aquella de amarnos sin medida; la esperanza para que tu mensaje continúe inspirando, incluso hoy, a tantas personas y pueblos a que sólo el bien puede derrotar al mal y la maldad, sólo el perdón puede abatir el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo al otro.
La esperanza – agregaba el Pontífice – para que tu sacrificio continúe, también hoy, emanando el perfume de amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrando sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este nuestro mundo devorado por la lógica del provecho y de la ganancia fácil; la esperanza para que tantos misioneros y misioneras continúen, también hoy, desafiando la dormida conciencia de la humanidad arriesgando la vida para servirte en los pobres, en los descartados, en los emarginados, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos y en los encarcelados.
La esperanza – alentaba el Obispo de Roma – para que tu Iglesia, santa y hecha de pecadores, continúe, también hoy, no obstante todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que ilumina, anima, alivia, y testimonia tu amor ilimitado a la humanidad, un modelo de altruismo, una arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad; la esperanza porque de tu cruz, fruto de la avidez y cobardía de tantos doctores de la Ley e hipócritas, ha surgido la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el esplendor del alba del Domingo sin ocaso, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
Haznos como el buen ladrón
Ayúdanos, Hijo del hombre – invocaba el Papa Francisco – a despojarnos de la arrogancia del ladrón colocado a tu izquierda y de los miopes y de los corruptos, que han visto en ti una oportunidad para aprovechar, un condenado por criticar, un derrotado para burlarse, otra ocasión para echar sobre los demás, e incluso sobre Dios, sus propias culpas.
Te pedimos en cambio, Hijo de Dios – concluía el Pontífice – de identificarnos con el buen ladrón que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que, con los ojos de la fe, ha visto en tu aparente derrota la divina victoria y así se ha arrodillado ante tu misericordia y con honestidad ha robado el paraíso. ¡Amen!
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