La palabra de los Papas en el día de la Tierra y de quienes la trabajan
Manuel Cubías - Ciudad del Vaticano
Pío XII a los campesinos italianos. Sus denuncias
El Papa Pío XII (1876-1958) tuvo un discurso a los campesinos italianos, el 15 de noviembre de 1946, en que les habló de la dignidad del trabajo del campo y de los peligros que acechan a los agricultores. Sus denuncias, en cierto sentido, son proféticas para nuestro tiempo. Les dice:
Más que otros, viven en contacto permanente con la naturaleza; contacto material por el hecho de que su vida se desarrolla en lugares todavía alejados de los excesos de una civilización artificial, y está enteramente dirigida a hacer brotar de las profundidades de la tierra, bajo el sol del Padre divino, las abundantes riquezas que su mano ha escondido para ustedes; contacto también altamente social, porque sus familias no son sólo comunidades de consumo de bienes, sino también y sobre todo comunidades de producción.
Pío XII en su discurso puntualiza que, aunque vivimos una aparente confrontación entre campo y ciudad, en realidad lo que está enfrentado es el modo en que se considera la tierra: el lugar de donde obtenemos el sustento diario o el lugar a partir del cual nos enriquecemos:
“…como ha ilustrado muy bien Nuestro Glorioso Predecesor Pío XI en su Encíclica Quadragesimo anno, sucede con demasiada frecuencia que las necesidades humanas ya no regulan la vida económica y el empleo del capital según su importancia natural y objetiva, sino que el capital y su interés adquisitivo determinan qué necesidades han de satisfacerse y en qué medida; que, por tanto, no es el trabajo humano destinado al bien común el que atrae al capital hacia sí y lo pone a su servicio, sino que el capital mueve el trabajo y al hombre mismo de un lado a otro como juguetes”.
Más adelante, refiriéndose a los mecanismos que utiliza el capital para seducir al campesino, puntualiza:
“Hace brillar el oro y la vida de placer ante los ojos deslumbrados del trabajador del campo, para inducirle a abandonar la tierra y perder en la ciudad, que no guarda para él, la mayoría de las veces, más que decepciones, sus ahorros laboriosamente acumulados, y no pocas veces también su salud, su fuerza, su alegría, su honor, su alma misma. Esta tierra así abandonada, el capital se apresura a hacerla suya; entonces ya no es objeto de amor, sino de una fría explotación. La tierra, generosa alimentadora de las ciudades no menos que del campo, ya no produce más que para la especulación…”
Juan Pablo II y la dignidad del trabajador del campo
San Juan Pablo II insistió en numerosas ocasiones en que la tierra es del hombre porque al hombre Dios se la confió y, con su trabajo, el hombre la domina. Por eso considera que no es admisible, que, en el desarrollo general de una sociedad, queden excluidos del verdadero progreso digno del hombre precisamente los hombres y las mujeres que viven en zona rural, los que están dispuestos a hacer productiva la tierra gracias al trabajo de sus manos, y que tienen necesidad de la tierra para alimentar a la familia.
Durante el viaje apostólico a Paraguay, en el encuentro con los indígenas en la Misión de Santa Teresita el día 17 de mayo de 1988 afirmó:
Vuestros deseos de promoción integral son justos. Ante todo, queréis ser respetados como personas, y que sean reconocidos y tutelados vuestros derechos, tanto humanos como civiles. Conozco los graves problemas que os afectan; en particular lo que se refiere a tenencia de tierras y títulos de propiedad. Por ello apelo al sentido de justicia y humanidad de todos los responsables para que se favorezca a los más desposeídos. Desde los comienzos de la evangelización, en estas tierras, la Iglesia defendió la libertad y la dignidad de los indígenas, de cuyos derechos los misioneros fueron frecuentemente portavoces en contra de los abusos a que, a veces, vuestros antepasados se veían sometidos.
El Papa insiste en la visión de los indígenas de querer el desarrollo para sus pueblos, desarrollo del que hasta ese momento habían quedado al margen:
Queréis también ser gestores del desarrollo de vuestros pueblos, y pedís respeto a vuestras culturas, a las decisiones libres que tomáis. Deseáis al mismo tiempo una promoción, a nivel económico y humano, que favorezca vuestro propio progreso, mediante una educación que sepa conjugar e integrar vuestros valores tradicionales con los adelantos del mundo de hoy.
Francisco: nacemos en esta tierra con la misma dignidad
El Papa Francisco, en la encíclica Fratelli tutti subraya la importancia de la función social de la propiedad, como elemento regenerador de relaciones humanas saludables que permitan el progreso de toda la sociedad, sin exclusión:
El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral (FT 118).
Francisco, más adelante cita a Juan Pablo II, y dice: “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada» (LS 93).
La mirada de Jesús sobre la creación
Finalmente, citamos dos textos de la encíclica Fratelli Tutti en los que el Papa Francisco nos muestra la mirada de Jesús sobre la creación, quien nos invita a tener una mirada sobre todo lo creado que es patrimonio de todos y es nuestro deber cuidarlo:
Jesús asume la fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre (cf. Mt 11,25). En los diálogos con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la relación paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con una conmovedora ternura cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen graneros. Pero el Padre celestial las alimenta» (Mt 6,26) (FT 96).
El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se detenía a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba a sus discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos y mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35) (FT 97).
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