¡Bienvenido a casa!
Andrea Tornielli
Han pasado 38 días desde el 14 de febrero, cuando el Papa Francisco abandonó el Vaticano para ser ingresado en el Hospital Gemelli. Fueron semanas complicadas para un paciente de 88 años aquejado de neumonía bilateral: los boletines médicos no ocultaban la gravedad de la situación, las crisis que atravesaba y la complejidad del cuadro clínico. Pero los días transcurridos estuvieron acompañados sobre todo por una marea de plegarias por su salud: oraciones personales, comunitarias, rosarios y celebraciones eucarísticas. No solo los católicos rezaron por Francisco, no solo los cristianos. Mujeres y hombres de otras religiones también oraron por el Papa. Muchas personas que no creen también le enviaron buenos pensamientos y buenos deseos. Para todo este pueblo en oración fue pensado el breve saludo que el Papa dirigió hoy.
Vivimos con el Obispo de Roma estos largos días de sufrimiento, esperamos, rezamos y nos emocionamos cuando, el 6 de marzo, Francisco quiso enviar su débil voz a todos, para dar las gracias y unirse a los fieles en oración en la Plaza de San Pedro y a quienes estaban conectados desde todo el mundo. Nos reconfortamos, en la tarde del domingo 16 de marzo, cuando por primera vez lo vimos de nuevo, aunque en una foto de espaldas, rezando tras concelebrar la Misa en la capillita del décimo piso del Hospital Gemelli.
Después de tanta aprensión, pero también de mucha confianza y entrega al plan de Aquel que nos da la vida a cada instante y que puede llamarnos a Sí en cualquier momento, hoy lo hemos vuelto a ver. Hemos vuelto a recibir su bendición el día de su regreso al Vaticano. Desde la habitación del hospital, durante estas semanas, Francisco nos ha recordado que la vida merece ser vivida en todo momento y, también que en todo momento se nos puede pedir esa vida. Nos recordó que el sufrimiento y la debilidad pueden convertirse en una oportunidad para el testimonio evangélico, para el anuncio de un Dios que se hace Hombre y sufre con nosotros, aceptando ser aniquilado en la cruz.
Le damos las gracias por habernos dicho, desde la habitación del hospital, que la guerra le parecía aún más absurda; por habernos expresado que debemos desarmar la tierra y, por tanto, no rearmarla abasteciendo los arsenales con nuevos instrumentos de muerte; y por haber rezado y ofrecido sus sufrimientos por la paz, hoy tan amenazada.
¡Bienvenido de regreso a casa Santo Padre!
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