La gran veneración de los fieles por las reliquias de San Pedro
Salvatore Tropea – Ciudad del Vaticano
El pasado 29 de junio, con ocasión de la Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, el Papa Francisco donó al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, un relicario que contiene algunos fragmentos de los huesos de San Pedro. Estos del primer Pontífice se encuentran entre las reliquias más importantes y veneradas por los fieles y peregrinos que cada día acuden a la Ciudad del Vaticano y son el resultado de las investigaciones arqueológicas que llevaron a Pablo VI, en 1968, a anunciar la sorpresa del descubrimiento.
Las reliquias en la Basílica de San Pedro
Lo que el Santo Padre ha donado a Bartolomé son "nueve fragmentos de huesos que pertenecieron al Apóstol Pedro" contenidos en un cofre de bronce, explica a Vatican News Pietro Zander, responsable de la Oficina de la Necrópolis del Vaticano y de la conservación y restauración del patrimonio artístico de la Fábrica de San Pedro. “Sobre este cofre – observa – hay una inscripción que afirma que se trata de parte de los huesos que se consideraban haber pertenecido a San Pedro”. Por lo tanto, las reliquias donadas por el Santo Padre provienen de "un grupo más grande de huesos que aún se conservan – dice Zander – dentro del compartimiento del llamado 'Muro G', o el muro de los graffiti que está bajo el altar papal de la Basílica vaticana”. Precisamente en ese mismo lugar, el 26 de junio de 1968, Pablo VI "quiso colocar 19 tecas transparentes con los fragmentos de los huesos" pertenecientes al primer Papa. De este grupo de reliquias sólo se retiraron nueve fragmentos "que fueron llevados a la capilla privada del apartamento papal del Palacio Apostólico, para estar a disposición de las intenciones y voluntad del Santo Padre”.
La importancia histórica y espiritual de las reliquias
Como señala Pietro Zander, se trata de “reliquias de gran importancia porque se consideran prueba de la presencia de Pedro en Roma y de su martirio en el Vaticano”, que se produjo en el período comprendido entre “el incendio de Roma del 19 de julio del año 64” y el comienzo de la persecución de los cristianos en el año 67. La tradición dice que el cuerpo siempre fue enterrado en el territorio de la Colina del Vaticano y que su tumba fue encontrada “durante la investigación arqueológica que se llevó a cabo entre 1939 y 1941”. Obviamente esto tiene una importancia histórica y arqueológica pero, más aún, espiritual y religiosa porque desde siempre lo ha sido, y sobre todo desde los primeros siglos antes del descubrimiento en el siglo XX. En efecto, “la tumba de Pedro ha sido objeto de gran veneración, por lo que sus restos tienen una importancia fundamental para la cristiandad”.
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