La Biblioteca y el Archivo Vaticanos, antídotos contra la amnesia
Alessandro De Carolis y Benedetta Capelli – Ciudad del Vaticano
Un silencio que es memoria, un cofre lleno de conocimiento, un anhelo de infinito. Es lo que se respira en la Biblioteca Vaticana y en el Archivo Apostólico Vaticano, instituciones que hoy miran al futuro, abiertas a la tecnología, pero conservando y respetando la antigua tradición de la Iglesia. En la Biblioteca, por ejemplo, "la catolicidad no es una abstracción”, explica el cardenal José Tolentino de Mendonça, Archivero y Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, porque según él es "un abrazo a todo lo humano". En el siglo XVII, con el Papa Pablo V, se produjo la separación entre la Biblioteca, "un instituto de conservación e investigación", y el Archivo, que desarrolla una actividad de "caridad intelectual" porque comparte su patrimonio con estudiosos de todo el mundo.
¿Cuál es la contribución específica que la Biblioteca y el Archivo han aportado a lo largo de los siglos y siguen aportando a la misión de la Santa Sede y del Sucesor de Pedro?
Empiezo con una imagen que se me ha quedado grabada al acompañar a estudiosos y visitantes muchas veces a lo largo de los años por la Biblioteca y el Archivo Apostólicos. Cuando entran en estos espacios y contemplan la inmensidad y la calidad del patrimonio que aquí se conserva, se quedan atónitos. Yo diría que lo suyo es un silencio que no es solo silencio. Es algo parecido a ese temblor que, según Blas Pascal, provocaba el pensamiento del infinito.
Para comprender la vocación y la misión de estas instituciones seculares, quizá lo más correcto sea volver a la centralidad de la dimensión de la memoria en la vida de la Iglesia, que fundamenta verdaderamente su existencia en la memoria histórica y sacramental de los actos y palabras de Jesús. La Iglesia es tanto más vital cuando es consciente de la memoria viva que late en ella y le asegura su continuidad. Una biblioteca y un archivo son antídotos contra la amnesia. Una de las misiones fundamentales de la Biblioteca Apostólica, por ejemplo, es conservar algunos de los testimonios más antiguos de la tradición manuscrita de las Sagradas Escrituras. Solo esto bastaría para considerarlo como el corazón de la Iglesia. Pero, como nos ha recordado el Papa Francisco, en su Biblioteca fluyen "dos grandes ríos, la Palabra de Dios y la palabra de los hombres".
Aquí, de hecho, tocamos de cerca lo que significa la catolicidad. Aquí la catolicidad no es una abstracción. La catolicidad fue y es vivida por los sucesores de Pedro como un abrazo a todo lo humano, valorando todas las culturas y formas de expresión. Así es como se ha construido este depósito monumental del pensamiento humano, que se extiende a lo largo de varios siglos, desde la Antigüedad hasta el presente. Es la misma universalidad que encontramos reflejada en los documentos del Archivo Apostólico, que son una especie de prolongación del libro de los Hechos de los Apóstoles, ya que narran la aventura del cristianismo a lo largo del tiempo y cómo el Espíritu Santo conduce a la Iglesia. De este modo queda claro, como dijo Benedicto XVI, que el Archivo y la Biblioteca Apostólicos son "parte integrante de los instrumentos necesarios para el desempeño del ministerio petrino" y constituyen herramientas indispensables para el gobierno de la Iglesia.
Las actividades de la Biblioteca y los Archivos también se ven muy afectadas hoy en día por la crisis sanitaria mundial, que ha afectado sobre todo la relación con los académicos y la comunidad científica. ¿Cómo están afrontando la emergencia y qué medidas han puesto en marcha para garantizar la seguridad sin poner en peligro el trabajo de investigación?
El Archivo y la Biblioteca Apostólicos han hecho todo lo posible para mitigar el impacto de esta gravísima crisis sanitaria. La verdad es que nunca hemos cerrado, aunque durante algunos meses no hayamos podido acoger a los becarios asistentes. Nuestro personal siguió trabajando bajo smart working y el gobierno, asistido por un pequeño equipo, continuó operando de forma permanente en sus dos sedes. Se atendieron las peticiones de todos aquellos que, no pudiendo acudir físicamente al Patio del Belvedere (sede histórica de la Biblioteca y del Archivo), nos escribieron para solicitar información o copias de materiales. Y, en cuanto fue posible, también fuimos de los primeros en reabrir los espacios a los becarios, gracias también a la reducción del tradicional periodo de cierre de verano. Por supuesto, para cumplir escrupulosamente con todas las normas de protección de la salud, ahora podemos acoger a un número menor de investigadores. En cualquier caso, el esfuerzo que realizamos ha sido ampliamente reconocido por los estudiosos, que alaban el servicio altamente cualificado que la Santa Sede ofrece a la comunidad científica internacional.
Las innovaciones tecnológicas suponen un reto que requiere una actualización continua para estar a la altura de los tiempos. ¿Qué tipo de futuro se puede prever para dos instituciones que fueron creadas para salvaguardar y preservar los testimonios del pasado?
Como suele decir el Papa Francisco, no solo vivimos una época de cambios, sino un cambio de época. Es cierto, estamos dentro de un gran cambio de época que sin duda tendrá un impacto irreversible en el mundo de las bibliotecas y los archivos. Al menos, ya sabemos algo positivo: las sociedades del futuro valorarán cada vez más el conocimiento. Esto significa que el patrimonio que representamos es un componente obligatorio del futuro. Sin embargo, por el momento, quedan abiertas muchas interrogantes, tanto sobre la conservación de los nuevos modos de comunicación humana como sobre las formas de construcción del propio conocimiento. Es ilusorio creer que el salto desde lo analógico a lo digital pueda hacerse con un clic. Esto requiere un viaje largo y de colaboración.
Pero estar al día no es una opción, es un deber. De hecho, la Santa Sede no se ha detenido. El inicio de la construcción de la Biblioteca Virtual se remonta a más de una década, y sigue avanzando. Actualmente tenemos, por así decirlo, dos bibliotecas: una física y otra virtual. Esta última contiene, en acceso abierto, alrededor del 20% de los manuscritos que posee nuestra biblioteca física. Y la idea es seguir adelante. Evidentemente, todo esto representa un enorme esfuerzo, que revela el amor de la Santa Sede por la cultura como instrumento para el desarrollo humano y para la paz. Pero necesitamos el apoyo de todos los cristianos y personas de buena voluntad que sean conscientes de la importancia de la cultura. Lo mismo ocurre con el Archivo Apostólico, donde se siguen llevando a cabo importantes proyectos de digitalización, tanto de documentos como de inventarios. Estamos haciendo frente con responsabilidad a los retos del futuro.
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