Pasolini: El amor de Dios no es imposición sino libertad en el Espíritu
Isabella Piro - Ciudad del Vaticano
«Hoy nuestro saludo al Santo Padre casi podría llegar hasta él porque está aquí, cerca de nosotros, aunque no pueda estar físicamente con nosotros. Pero todos estamos muy contentos por su regreso a casa": así comenzó el capuchino Roberto Pasolini esta mañana, viernes 28 de marzo, en el Aula Pablo VI, el segundo de los cuatro sermones cuaresmales, abiertos a todos, sobre el tema “”Anclados en Cristo. Arraigados y cimentados en la esperanza de la Vida Nueva».
Cristo está libre de la tentación de la omnipotencia
Tras la primera reflexión del 21 de marzo, centrada en «Aprender a recibir - La lógica del Bautismo», hoy el predicador de la Casa Pontificia se detiene en «Ir a otra parte - La libertad en el Espíritu» y esboza algunos episodios de la vida pública de Jesús, en los que se manifiesta su profunda libertad y su modo de llevar la salvación al mundo. Fiel a su misión, en efecto, Cristo se libera de la tentación de omnipotencia y, a través de la oración, desenmascara el riesgo de confundir el auténtico servicio con la búsqueda de reconocimiento personal.
No confiar inmediatamente
A este respecto, el padre Pasolini indicó tres enseñanzas del Hijo de Dios: no confiarse inmediatamente, saber decepcionar y no exigir. Para explicar la primera, el predicador se refiere a un pasaje del Evangelio de Juan (2,23-25) en el que se narra cómo Jesús, aunque aclamado por muchos en Jerusalén, no se fiaba de ellos, porque «sabía lo que hay en el hombre». Una reacción tan desapegada -subraya el padre capuchino- sigue desorientando hoy, en una época en la que dominan el individualismo y la competencia desenfrenada, y en la que la necesidad de ser continuamente apreciado impulsa la búsqueda constante de likes y notificaciones.
El frágil corazón del hombre
Pero precisamente de este tipo de reconocimientos rápidos y superficiales del que Cristo permanece distante, porque sabe que el corazón del hombre, aunque sea la morada del espíritu y la voz de Dios, es también extremadamente frágil, manipulable, inconstante, temeroso. Como Maestro -continúa el predicador de la Casa Pontificia- Jesús espera del hombre una respuesta más consciente y madura. Un crecimiento, en definitiva, que no represente un proceso evolutivo mecánico, sino la capacidad de valorar las circunstancias y de saber gestionar la complejidad de las relaciones. Porque las cosas importantes requieren tiempo, paciencia, compromiso y dedicación. Por eso, lo que en Jesús aparece como frío desapego -subraya el padre Pasolini- es en realidad sabiduría y profundo respeto por uno mismo y por los demás.
Saber decepcionar
La segunda enseñanza de Cristo se refiere a la capacidad de saber defraudar las expectativas. Para analizar este tema, el padre Pasolini toma como punto de partida un pasaje del evangelista Mateo (15, 23b-24) en el que una mujer pagana clama al Señor para que cure a su hija. Sin embargo, Él «ni siquiera le dirigió una palabra», ni la caridad de una mirada. La aparente insensibilidad de Jesús ante el sufrimiento -explica el predicador- proviene del hecho de que Cristo no lleva los pasos del Salvador para sentirse importante y no teme resultar irrelevante a los ojos de los demás. Al contrario: paradójicamente, salva al mundo precisamente porque no necesita sentirse necesario, sino siempre y sólo útil.
La indiferencia pedagógica de Jesús
Cuando la mujer pagana insiste y se acerca obstinada y valientemente a Cristo, sin encerrarse en su orgullo y en su victimismo, entonces Él reconoce su gran fe, la fe -subraya el predicador- capaz de esperar que las cosas puedan cambiar para mejor. La aparente indiferencia de Jesús, pues, no es otra cosa que una pedagogía que hace aflorar la confianza en el corazón del hombre, la confianza en una vida mejor.
La esperanza que trae la paz
La tercera y última enseñanza de Cristo es su capacidad para distanciarse del consenso de las multitudes. Un ejemplo de ello es el episodio de la multiplicación de los panes y los peces, narrado en el Evangelio de Juan (6,14). Un acontecimiento que suscita mucho entusiasmo entre los presentes; sin embargo, Jesús se distancia de él, retirándose a un segundo plano, solo. Porque conoce -señala el padre Pasolini- la fragilidad interior del hombre, que se considera insignificante y se deja manipular por todo tipo de influencias e influenciadores, en lugar de afrontar el esfuerzo de creer en sí mismo. Jesús regresa con los discípulos sólo más tarde, cuando se encuentran en apuros, arrastrados por una tempestad mientras cruzan el mar de Galilea. Una tempestad que representa -subraya el padre capuchino- todos los miedos del hombre y su incapacidad para reconocer la fuerza escondida en la fragilidad. Sin embargo, incluso en las noches más oscuras, Jesús es la esperanza que nunca defrauda y que calma la tempestad y trae la paz.
La importancia de la libertad interior
Cuando Cristo explica entonces el sentido profundo de la multiplicación de los panes y los peces, es decir, el sentido de un alimento que conduce a la vida eterna mediante el don de sí mismo, muchos de sus discípulos lo abandonan. En ese momento, Jesús pregunta a los Doce, sus seguidores más cercanos: «¿También vosotros queréis marcharos?». Y su pregunta, dice el padre Pasolini, no es irónica ni chantajista, porque Jesús no necesita confirmación para continuar su camino y no pierde el rumbo de su opción de vida. Al contrario, su pregunta es el espejo de una profunda libertad interior que no pide a nadie más que a sí mismo el precio del propio deseo.
No encerrarse en complacencias inútiles
Este aspecto, prosigue el predicador, se manifiesta también en los modos verbales recurrentes en los Evangelios, dentro de los cuales se pasa progresivamente del imperativo a lo hipotético para poner en el centro las exigencias de una elección, de un amor libre y consciente. El Señor, en efecto -añade el padre Pasolini- no pretende tener siempre hijos dispuestos y deseosos de hacer su voluntad; al contrario, se preocupa si esos hijos no son libres de expresar sus sentimientos, acabando encerrados en el recinto de complacencias inútiles, esclavos de sí mismos y de las expectativas de los demás. En cambio, tener el valor de expresar sinceramente los propios deseos abre a una vida más grande y acerca al Reino de Dios. Porque la verdad y el amor no necesitan imponerse, concluye el predicador de la Casa Pontificia, sino que saben esperar a que las cosas maduren, en plena adhesión y libertad. Y así es como Cristo salva al mundo.
Gracias por haber leído este artículo. Si desea mantenerse actualizado, suscríbase al boletín pulsando aquí